lunes, 21 de septiembre de 2020

CHAMPURRIA/CHAMPURRIADO por Jorge Rueda Castro (Universidad de Santiago de Chile)

Expresión popular de origen mapuche que connota la idea de mezcla, mixto, mezclado, heterogéneo.

La vida política de las repúblicas latinoamericanas marcó, desde sus inicios, la negación de la propia heterogeneidad multicultural que posee hasta hoy. Liberadas del dominio hispánico, las elites criollas se concentraron en la concreción de “las aspiraciones libertarias” siempre desde un ideario euro-occidental. Hicieron pública, en efecto, la apropiación de aspectos de la cultura ajena, oficializándola. En palabras de Leopoldo Zea, “el latinoamericano se ha servido de ideas que le eran relativamente ajenas para enfrentarse a su realidad. […], ha estado en la mente del latinoamericano la idea central de hacer de su América un mundo a la altura del llamado mundo occidental; de sus pueblos, naciones semejantes a las grandes naciones occidentales” (10). La nueva clase dirigente se hizo discurso oficial. Se desagregó de todo aquello que representaba el pasado; constituyéndose como el grupo más “puro” de intelectuales y políticos llamados a definir el programa de la nueva realidad histórica que fundaban. En cuanto naciones independientes, los estados ilustrados de la primera mitad del siglo XIX no se interesaron, en la práctica, en establecer un ámbito de vinculaciones verdaderamente interactivas al interior del pluralismo cultural que les ha sido propio. Se elaboró, por ende, una teoría de la sociedad al servicio irrestricto de aquella universalidad. La reorganización social, necesaria para la superación del orden colonial, terminó por conformar una estructura fuertemente estratificada. Por ende, la anulación del diálogo capaz de valorar la diferencia cultural como condición básica de democratización, fue motivo central en la implementación del modelo socio-económico de las nacientes repúblicas. La historia comunal e intercultural de las localías (pueblos indígenas, mestizos afrodescendientes y populares) fue y ha sido el lugar de la adversidad, de lo “impuro”. Han quedado como ámbitos del hibridismo cultural que se fugan de los centros de creencias, valores, saberes y representaciones puestos al servicio del proyecto histórico nacional. Los gobiernos del siglo XX, tampoco tuvieron, históricamente, interés por las identidades y territorios locales, como vías para valorar la diferencia. Al contrario. Las sensibilidades indígenas, africanas y populares, no han sido, en el transcurso de doscientos años, consideradas por el registro de las voces que apostaron por la “modernidad”.

Consecuencia de lo anterior, una de las expresiones con la cual se autodefinen los amplios sectores marginados en Chile, es la voz de origen mapuche champurria. Al interior de una sociedad asimétrica y jerarquizada, los champurrias o champurriados, representan el punto de contradicción entre el proyecto de la dirigencia elitista ―que no ha hecho sino preocuparse del desarrollo de la burguesía y el surgimiento de un capitalismo dependiente― y el mundo de la adversidad al interior de las mismas repúblicas. El antecedente histórico más remoto de la personificación del champurria se remonta a la del mestizo Alejo (Reyno de Chile, en el siglo XVII), cuyo nombre era Alejandro de Vivar. “Ñancu”, águila en mapuzungun, como le llamaban los indios, fue hijo de española y de un cacique mapuche. Nació en la Regua Mareguano (provincia india), junto a las quebradas de Lincoya o en la isla de la Laja, alrededor del año 1655 y 1660, durante el gobierno español de Porter Casanate. Alejandro de Vivar se educó con los españoles, pero pronto desertó del poder hispano al sentirse rechazado por su condición mestiza, por poseer sangre india. Se pasó a la causa mapuche, y colaboró con ella desde los conocimientos que el champurria Alejo poseía de las estrategias militares españolas. Sus cualidades de líder posibilitó la exitosa organización de sus “konas” o tropas de guerreros. Alejo el champurria, el mezclado, el impuro rechazado por los “wincas” o conquistadores, como se conocía entre la indiada, fue el único toqui no mapuche. Es decir, doblemente champurria, doblemente “otro”.

Así, el sentido simbólico del champurria lo ha llevado a ser un resistente de la oficialidad, al cargar la vida de energías que invierten los sistemas de creencias del paradigma oficial. Esto, con el fin de eludir los diversos obstáculos que se le cruzan. Su imagen y su decir, interrelacionados a veces con astucia, con ingenuidad en otras, o bien socarrona o desafiantemente, logran saltarse el ámbito de lo convencional e institucionalizado y penetrar en el territorio escindido. La figura champurriada ha sido capaz, además, de proponer una imagen de vida distinta de aquélla narrativizada por los modelos de nación y adoptada por los programas político-culturales dominantes. Se empeña, por ende, en registrar un conjunto de prácticas donde confluyen la fuerza de lo desbordante y aun de lo caótico o la reelaboración permanente de modelos y paradigmas; prácticas champurriadas que se desarrollan en contrapunto con el espacio histórico, cultural y político clausurante más preocupado por silenciar esta “otra-vida”, la sub-cultura, lo espurio. Como representación de una concepción irreverente de la vida, el “des-orden” de las relaciones paradigmáticas ha sido —y lo es— el motor de múltiples repertorios del champurria. Y en cuanto actos regenerativos, conforman una suerte de categoría primaria de organización, donde las relaciones sin jerarquía dibujan un estilo de vida que niega las “solemnes correcciones” instaladas en el tiempo/espacio de la cultura en la que emerge el dominio. “Preparó un champurriado de cebollas, huevos y ají”; “Es un champurriado de chicha y vino”; “Cantó un champurriado de bolero, samba y no sé qué más”; “Reza un champurriado de todo”; “Habla un champurriado incomprensible”. Es el quehacer del champurria, una praxis que se empeña en urdir un tejido heterogéneo de relaciones humanas y un estado híbrido y plural de composición cultural, pero de gratificaciones recíprocas. Una praxis en la que se recuperan y se reafirman tópicos del imaginario pluricultural de la tradición que somos como sociedad.


Fuentes: L. Castedo y F. Encina, Historia de Chile. Santiago de Chile: Editorial Zig Zag, 1974 – A. Díaz, Los Andes, entre el tributo y la nación: Las comunidades aymaras del norte chileno durante el siglo XIX. Santiago de Chile: Editorial Universidad Bolivariana, 2006 – G. Rodríguez, Poder central y proyecto regional: Cochabamba y Santa Cruz en los siglos XIX y XX. La Paz: ILDIS, IDAES, 1993 – J.L. Romero, El pensamiento conservador. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1978 – L. Zea, El pensamiento latinoamericano. Barcelona: Editorial Ariel, 1976 – F. Zúñiga, Mapudungun. El habla mapuche. Santiago de Chile: Centro de Estudios públicos, 2007.

http://www.cecies.org/articulo.asp?id=517

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