sábado, 24 de abril de 2021

Creo que te inventé en mi mente, Claudia Apablaza

Get along with the voices inside of my head

Rihanna



IRÉ A BENIDORM esta vez. Ordeno mi bolso, pongo un cepillo de dientes, una toalla, una muda de ropa, algo para comer. Salgo de casa. Llego a la estación. Cuando agarro el tren para ir a Benidorm, me arrepiento de no haber tomado un avión para esta ciudad horrible, y como dicen, uno de los mejores atractivos del mediterráneo. Primero debo llegar a Valencia, luego tomar un bus interurbano que me llevará al pueblito en que Sylvia Plath y Ted Hughes fueron a pasar su luna de miel, luego de que pasaran por París y Madrid, todo antes de que ella se suicidara.

Dicen que estaban enamorados. Dicen que se amaban. Leí las cartas de Sylvia a Ted. Se decían cosas linda. Cosas de amor.

Estuvieron un mes en ese sitio escribiendo sus textos, leyendo y asombrándose de la ruralidad de entonces: vacas, muchas nubes y árboles frutales.

Al llegar a Valencia me bajo del tren y entro en un bar para tomar un café con leche, me fumo un cigarrillo y observo los cuadros colgados en las murallas, cuadros horribles por lo demás; cuadros pintados para estimular, seguramente para olvidarse del suicidio de Sylvia.

Saco mi libreta para dibujar y me dedico a hacer un retrato de mi compañero de asiento, que se me ha quedado pegado en la retina. Mi compañero de asiento es un chico guapo. De repente sentí ganas de besarlo ahí mismo, para luego no hablarle más y dejarlo abandonado en el primer pueblo fantasma que pasáramos.

Lamentablemente en el segundo pueblo que pasamos, se subió una mujer y se sentó con él, le dio un beso en la boca que me dio asco por el exceso de saliva que se salpicó en sus mejillas. Ambos se bajaron antes de llegar a Valencia y cortaron así toda mi fantasía romántica de tener uno de esos antiguos amantes en pueblos fantasmas perdidos en otros países, que visitas cada tanto y no te exige más que besos y regalos, chocolates, bombones, viajes y saliva salpicada, todo a cambio de nada.

De Valencia me voy a Gandía y de allí a Benidorm. Gandía, tal como dice en la Wikipedia: “…es una ciudad de la Comunidad Valenciana y se encuentra situada en el sureste de la provincia de Valencia. Es la capital de la comarca de La Safor. Uno de los principales destinos turísticos españoles, por lo que en verano la ciudad triplica su población hasta llegar, en agosto, a los 350.000 habitantes”.

El bus va repleto de unos turistas con playeras de colores y floreadas. Comen bocadillos de patata en el bus y dejan todo de un aroma que a ratos me desagrada muchísimo. Sale un olor a papas fritas, me tapo la nariz con un pañuelo. Bebo un poco de agua. Me pongo mis lentes oscuros y recuerdo que he venido a Benidorm, más que para observar todo este horrible panorama, para huir del sentimiento del amor. El amor a un vecino, un chico que conocí hace meses. A veces viajo para olvidar, para dejar atrás todo.

En principio, debo confesar que no quería venir a Benidorm. Yo no quería subirme a este bus con aroma a patata y sentir arcadas. Yo no quería enamorarme de ese vecino. Tampoco ver cómo la saliva de un baboso se salpicaba en la boca de su novia. Yo no quería llegar a esta ciudad a la que acabamos de llegar. Es la ciudad más horrible que he visto en mi vida, hay carteles que dicen la California de España y en la Wikipedia ponían incluso: “… Aqualandia, la California de España, se trata de uno de los destinos turísticos más importantes y conocidos de todo el Mediterráneo gracias a sus playas y su vida nocturna”.

Leí en un periódico que era el sitio en que habían veraneado Sylvia Plath y Ted, y más que veraneado, pasado su dichosa luna de miel. Por eso me conformo y sé que aunque sea la ciudad más turística del mundo, por lo menos, Sylvia y Ted pasaron acá su luna de miel.

Me bajo del bus, los turistas aplauden haber llegado a Benidorm. Miro con una mueca de burla a una de las mujeres que aplaude desaforada. Ella se parece a mi vecino, tal vez es su hermana. Luego deja de aplaudir y se pone a llorar. Me voy rápido caminando, no quiero volver a verla en mi vida. No ver en todas las caras, la cara de mi vecino.

Saco el mapa que compré en la estación de Valencia. Lo abro, lo pongo en el suelo y me siento tan mal como la mujer que hacía muecas hace un rato. Desde hace meses que me siento mal, muy mal, como bolsa desechable y plástica, de esas verdes del supermercado del Bon Preu.

Pongo el mapa en el suelo. No debería hacer esto en el suelo, me van a confundir con una turista desquiciada; pensarán que también vengo a hacer esas cosas como jugar paletas en la playa, conmoverme, broncearme, usar camisas floreadas y buscar chicos aburridos por el día, tomar unos tragos, cenar con un grupo que no conozco nada, ir de noche a bares a buscar chicos que me hablen de automóviles, fútbol y bronceados, para finalmente, llevarme a la cama uno o dos por noche. Luego regresar de las vacaciones y contarles a mis amigas oficinistas a cuántos chicos me he agarrado este verano. Contarles con lujos de detalles todo lo que ellos me enseñaron en la cama, todo lo que yo les enseñé.

No quiero que me confundan con una turista aburrida que hace listas de hombres y pone al lado números o estrellas para calificarlos.

Me levanto del suelo. No quiero ser confundida con una de esas chicas, ni yo confundir los rostros de las chicas con con mi vecino.

Miro el mapa con detención, recuerdo el artículo que leí antes de agarrar el bus para acá. Leo el poema de Sylvia Plath que venía leyendo en el bus:


Canción de amor de la joven loca

Cierro los ojos y el mundo muere;
Levanto los párpados y nace todo nuevamente.
(Creo que te inventé en mi mente).

Las estrellas salen valseando en azul y rojo,
Sin sentir galopa la negrura:
Cierro los ojos y el mundo muere.



Creo que es uno de los mejores poemas que he leído en mi vida. Se lo enviaré por SMS a mi vecino. Lo escribo. Un SMS. Segundo SMS. Tercer SMS: Se fueron. Espero su respuesta.

Recuerdo a Sylvia. Ella se escribía con su madre. Apuntó en su diario, o en las cartas a su madre el año 1956, años en que pasó por esta ciudad con Ted: "Tan pronto como divisé aquel pueblecito... después de una hora de viajar en autobús a través de montes desiertos de arena roja, huertos de olivos y matorrales, todo tan típico, y vi aquel mar azul centelleante, la limpia curva de sus playas, sus inmaculadas casas y calles –todo, con una pequeña y relumbrante ciudad de ensueño–, sentí instintivamente, igual que Ted, que ése era nuestro lugar...".

Ted seguro estaba afuera mirando a las chicas mientras ella escribía sus textos; miraba a cada chica que pasaban mientras Sylvia se dedicaba a escribir, a leer, a decirle cosas bellas a su madre. A veces me siento como Sylvia, como Alejandra Pizarnik, como Simone de Beauvoir, como cualquiera que ha sido engañada por un hombre que se las da de escritor.

Escondo el mapa, lo guardo, me da terror parecer por un segundo a estos turistas que se pasean por Benidorm, es también la forma de olvidarlo; de olvidar esa noche y las otras, todas las noches; aparte de que no es bueno para el sí mismo, el sí mismo se desorganiza, se aleja de la unidad a la que debiéramos todos aspirar, se estremece, se desarticula, se va a la mierda. Lo sé por experiencia propia, desde niña siento que tengo divididos mi inteligencia de mis emociones, busco reunirlas en una, pero mis estados afectivos son tan potentes, que a veces destruyen todo lo que soy capaz de construir con el intelecto y ¡adiós!

También la conciencia de sí la tengo alterada, sólo me siento una especie de punto negro idiota y malformado. Cuando logro algo que buscaba hace tiempo, me digo a mí misma que es una ilusión, que no es una situación real, que es una ilusión, que es el simulacro de ese logro, su lado B, su impostura.

Camino. Busco la calle Tomás de Ortuño, es ahí donde se quedaron ambos. Intento no preguntar a nadie, que piensen que soy muda. Camino quince minutos, no encuentro la calle Tomás de Ortuño, es al parecer una de las arterias de este infierno. Calle que antes estaba en las afueras de la ciudad. Sylvia se pudo dedicar a escribir y leer con tranquilidad mientras Ted debe haber salido a dar sus paseos de galán de pueblo, a buscarse unas mujeres, alemanas, francesas y lo que viniera.

T de Turista,
T de tarado,
T de tontera,
T de Ted.
T de Ted, te odio.


Doy con la calle. Es realmente la calle más bulliciosa de la ciudad. “Por la calle empinada suben del pueblo los últimos carros tirados por burros, familias que vuelven a sus hogares en las montañas”, escribía Sylvia en las cartas a su madre cuando describió la ciudad. Pero ahora no es así. Ahora es la California de España; chicos con músculos las siguen a las heladerías o a buscar una cerveza. Sé que acá mi vecino, que de seguro también es un turista, estaría encantado, mientras yo odio esta ciudad; la odio con toda mi alma, la aborrezco; él sí se sentiría encantado. Yo no, yo odio a ese hombre, a Ted.

Miro hacia todos lados. Es un sitio horrible. Ni siquiera podría llegar a decir cosas cuerdas acerca de él. No sé por qué ellos vinieron a este sitio, no me lo explico. No tengo la menor idea de esa decisión. Es de los peores sitios que he pisado en mi vida. Hay una avenida para patinar e ir de pantalón corto. Las mujeres intentan estar muy bronceadas y mostrar el ombligo, no sé para qué, asunto de cada uno, yo jamás estaría bronceada ni intentaría mostrar mi ombligo. No es mi problema eso, el punto es que vine a buscar el sitio en que se alojó Sylvia Plath y Ted Hughes y no doy con él. Vine a pisar tierra de turistas para olvidarme de mi vecino. Vine a matarlo desde el fondo; a matar el amor que me negó el supuesto cielo que él anunciaba.

Recibo un mensaje de texto: “¿Para qué me escribes eso?”.

Lo ignoro. Camino. Recuerdo la dulzura de Sylvia.

No veo ahora los paisajes de Sylvia. No lo veo, no veo a las vacas y a las mujeres que llevaban cacharros con leche. Dónde estará el sitio. Camino. Escondo el mapa. Camino. Me arrepiento de haber venido, me produce una gran repulsión y un gran asco. No sé cómo Sylvia Plath pudo estar aquí. Ni siquiera lo creo. Ted Hughes sí, él era igual a mi vecino. De eso me he dado cuenta al llegar a esta ciudad horrible, que Ted Hughes es igual a mi vecino, hacía los mismos gestos de ver desfilar a mujeres por avenidas y patios, y por lo tanto quiero sepultarlos a ambos, tal vez agarrarlos, ir a dejarlos a un pueblo fantasma.

Camino. Quiero estar tranquila. Quiero dejar de pensar en esta ciudad horrible, en esta ciudad que huele a USA, en esta ciudad que quiero dinamitar porque hombres como Ted, hombres como el turista lo han arruinado todo. Han dejado todo en el suelo.

T de Ted,
T de turista.
T de Tonto,
de tontera,
T de turbio,
T de tara, de tú, tacón, tarima, tacaño, tasa, tao te King, terruño, tuyo, toldo, tilde, Tetuán, Tse Tse, todos, tantos, timos, tierra, terra, tieso, tentar.

Unos hombres me hablan en inglés, me preguntan por una calle, les digo que no sé en español, otros me hablan en francés y suena el ritmo de las guayaberas, de una música horrible, espantosa, suena una música infernal que viene de los autos que pasan a toda velocidad, pasan chicas con el ombligo afuera, todos pasan cerca de todo, hay roces, y recuerdo cuando conocí al vecino el día que llegué a España; día del que no he podido desligarme, situación que se repite, situación de tener a este hombre que es una especie de representante de otro hombre, que de seguro lo fue de otro y así, hasta lograr una gran cadena de hombres y desastrosos amores vencidos por una situación y otra y otra, hasta el fin.

He llegado a la calle. Camino mirando los números. Camino. Miro los números: 1, 3, 5, 7, 9, etc. He llegado al número. Es este el sitio. Lo sé. Toco el timbre de la casa para ver si alguien vive acá aún; no me abre nadie, vuelvo a tocar y nadie, tal vez se han ido a la playa. Forcejeo la puerta, está dura, difícil de abrir, no abre, saco un alicate que llevo en el bolso, golpeo la cerradura, la golpeo, la golpeo, la rompo, le doy nuevamente, le doy fuerte, termino de romperla, cae al suelo, abro la puerta, entro, ¿aló?, ¿aló?, digo, no hay nadie al parecer, no, no hay nadie, entro, voy mirando en las habitaciones, miro en una, en otra, voy entrando en cada una de ellas, al parecer acá no vive nadie es una casa abandonada, es raro. ¿Aló?, hay algunas fotografías, recortes antiguos, hay algunos cuadernos, hay algunos escritos en el suelo. ¿Aló?, ¿aló?, hay alguien aquí, ¿aló?; parece que no hay nadie en este sitio, aunque hay un olor a ropa vieja, ¿aló?, hay olor a polvo, a encierro, ¿aló? al parecer hace años que esto no se abría, ¿aló?, ¿aló?, creo que nadie ha entrado a este sitio en años, hay telas de arañas, hay mucho polvo, humedad, papeles en el suelo, está hecho un asco, qué asco, hay mucho polvo, estornudo; tal vez debía haberme quedado en casa o haber llamado a mi vecino una vez más, recibir un “no puedo” una vez más, vestirme de hombre y pasar desapercibida, seguirlo por los bares que sé que frecuenta, seguro que nadie se daría cuenta de que yo estaba allí y podría haberle seguido luego hasta su casa para saber con quién iba a dormir, y luego huir si es que llegaba a ver a ese hombre que lo seguía, o incluso dispararle por todo lo que me ha ido haciendo estos meses.

¿Aló? Creo que mi voluntad y el temor son mucho más potentes. ¿Aló?, creo que jamás voy a matarme por el vecino ése, creo que jamás; sigo caminando, ¿aló?, ¿aló?, hay alguien aquí, la verdad es que se ve extrañísimo este sitio, tal vez no lo abrían desde que ella murió a los treinta y un años; ¿aló?, ¿aló?, yo voy a cumplir treinta y un años el mes que viene y no quiero morir como Sylvia, siempre he tenido miedo de correr la misma suerte que algunas escritoras, ¿aló?, y que después el turista dijera que él me amó mucho mientras yo vivía y se quede con todos mis manuscritos inéditos y los venda a agentes y editores, ¿aló?, hola, hay alguien en casa, la verdad es que no creo que me suceda, si mi vecino apenas me conoce, no estamos casados como Sylvia y Ted, apenas lo he visto tres veces en mi vida, pero no sé, uno nunca sabe, ¿hay alguien en casa?; sólo sé que quiero que me deje de perseguir su imagen; no soporto tener su imagen en mi cabeza, es como una especie de demonio, tal vez debería quedarme en esta habitación a dormir algunos días; ¿aló?, ¿aló?; es una habitación cálida al fin y al cabo, no es nada de ruidosa, podría terminar de escribir la novela que debo entregar a mi editor la semana que viene, tal vez aquí, ¿aló?, ¿aló?, con este silencio sí que me inspiraría del todo y podría definitivamente acabar de escribir todo lo que me falta por escribir; esas novelas que he venido dibujando en mi cabeza hace años, ¿aló?, ¿aló? Siento unos ruidos, risas, son turistas, sí, son turistas, hablan en otro idioma, hablan en inglés, hablan en francés, hablan, hablan, ¿aló?, ¿aló?, hola, Thanks you; ¿está Sylvia aquí? Qué raro, qué extraño que ahora haya turistas en este sitio, hablan, hablan, ríen. Me siento en la cama. Si me preguntan algo, les diré que esta es mi casa, que se vayan inmediatamente de aquí, que este es un sitio privado. ¿Aló?

Me encerraré en una habitación y pondré una cama como refuerzo; me quedaré aquí unos días, lo necesito. Ahora que me falta poco para cumplir mis treinta y un años, quisiera estar cerca de Sylvia, de la casa en que vivió, pero realmente no sé si fue buena opción venir acá. Me siento rara, el corazón se me ha acelerado. Tal vez debí quedarme en Barcelona. Me siento débil. Me siento sin deseos de seguir, creo que no lo tolero. No me la puedo, no puedo más, no alcanzo a procesar todo eso de ambos mundo. No sé cómo es que se procesa. T de Ted. T de tú. Me pondré a rezar un poco, siempre rezar me alivia la ansiedad, me alivia de todo el miedo que le tengo a mi vecino. Rezar quita el miedo, el temor a estos paseos que no sé por qué doy. No tengo claridad de por qué estoy aquí aparte de sentir que quería venir a la tierra en donde estuvo Sylvia Plath con Ted Hughes para ver si se me pasaba el miedo a estar cerca de mi vecino. Para ver si lo olvidaba. La mente la tengo dividida entre el mundo real y el mundo ficcionado; entre el mundo de mis emociones y el de mi intelecto. Hay una barrera entre ambos mundos que no sé unir. ¿Aló?, he venido acá a intentar hacer esa unión, pero no sé si me resulte, no sé si me siento bien haciéndolo, ¿aló?, ¡Salga!

Me acuesto en la cama que debe de haber sido de ella. Seguro que éste era su despacho. Se parece a lo que ella me ha dicho que es su despacho. Es igual, es exactamente lo mismo. Pero yo sólo quiero olvidar a mi turista. Permíteme olvidarlo, por favor, permíteme, lo necesito, quiero dejar de pensar en él, por favor, en esta casa tal vez podría hacerlo; T de tú, T de Todo, T de Ted, Te de Turista. ¿Aló?

Sé que debo razonar. Entender que estoy en una situación horrible, espantosa. No debí venir a Benidorm. ¿Cuánto me demoraré en regresar? Extraño mi casa en Barcelona, cuánto extraño mis cosas. Mi cueva. Twittear en mi cueva. Luego cerrar los ojos y descansar. Creo que te inventé en mi mente. Cuando estaba sola en casa pensaba que él podía llegar. A veces el timbre sonaba y pensaba que era él. Cierro los ojos y creo que lo inventé en mi mente. ¡Salga, hemos dicho! Eso lo tuve que aprender a pulso de soledades.

Abro los ojos y veo un espejo enorme en el techo. Veo mi imagen en ese espejo. Aprendí a extrañar desde lejos, ¿aló? ¡Entraremos! Extrañar sin tener a ese otro y pasé así la frontera que divide todo esto de las necesidades y los cuerpos reales; la posibilidad de tener algo y la necesidad de tenerlo. Todo lo material, ya sean cuerpos, dinero, comida que quiero, no la obtengo; sólo esa necesidad se queda suspendida en una especie de diario mural y la observo, a veces se me acerca y me lleva a cometer actos como el de pedir algo para que esa necesidad se cumpla, desde solicitudes a santos, como a personas de carne y hueso; llamadas telefónicas para conseguir algo, reuniones y encuentros fallidos; pero y siempre quedo con la necesidad intacta, allí está, me mira como si la vida no fuese nada, el suceder del tiempo, allí está y al final de todo siempre se queda impávida como una estatua, como una necesidad tan sólo. ¿Aló?

Es cuando siento que las acciones y la voluntad sólo pesan como actos simbólicos, palabras, el cuerpo tal vez no me pertenece, el cuerpo tal vez me fue dado para disimular el daño, el cuerpo tal vez es un sombra, una línea que me ha sido dada para llegar a la gran representación, ¿aló?, a la gran idea, el cuerpo me está vedado y me debo quedar en esta gran idea de todo, por más que he intentado años llegar tan solo a comer y amar. ¿Aló?

No me veo en el espejo. ¿Dónde estoy?

Ok. Ok, Ok, grito, grito, hay un eco espantoso. ¡Ok! ¡Vine a Benidorm, lo acepto! ¡Vine, vine aquí, estoy aquí, vine a buscar esto de Sylvia Plath! ¡Vine a mirar si era posible que esta ciudad existiera independiente de mi voluntad, de mi cuerpo, porque mi cuerpo ya sólo existe en relación a la idea esa de sujeto, y al llegar acá me di cuenta de que Benidorm sí existía; sí es un algo real, sí es, pero no es lo que en su momento fue para ellos!

Dejo de gritar.
Me siento agotada.
Me canso.
Me tiro al suelo.
Saco mi cuaderno.

Anoto: dos escritores pasaban su luna de miel y se extasiaban de la sencillez del pueblo y de las mujeres que bajaban por agua. ¡Ok! Lamento no poder disfrutar de eso ahora, sólo escuchar desde lejos a ese grupete de turistas que se han entrometido en mi espacio sagrado.

¿Aló?, ¿aló? Hay alguien dentro. Tal vez quieren matarme. Qué horror, no debí venir acá. Han forcejeado la puerta, escucho. ¿Dónde está?, dice un hombre. Salga de ahí, gritan. Yo quiero que a algunos les puede parecer una mierda, quiero hacer lo siguiente en esta casa en que habitó Sylvia Plath: establecer la regla entre la necesidad y la obtención de ella, con su excepción también. ¡Salga! ¡Salga o disparamos!

A mayor brecha entre objeto necesitado y satisfacción de ese objeto, mayor nobleza de alma y espíritu. ¡Salga, hemos dicho! Al parecer lleva un arma, gritan. Salga o disparamos. ¡Entregue el arma!

No va a salir. Vuelve a sonar de forma la puerta, vuelvo a sentir de forma estrepitosa la puerta, no sé si tengo puerta, no sé si escucho, creo que te inventé en mi mente, creo que te inventé en mi mente, pero igual sigo pensando en ti, maldito vecino, maldición, mejor morir si no te olvido, como en las películas, qué horror, qué patético; no va a salir, tiene un arma. Espero que no vuelvas a aparecer en mi cabeza, en mis emails, en mis plataformas todas y ésas que siempre apareces, sin decirme nada y sin yo decirte algo; algo simple, aunque sea algo sencillo, inútil, sin sentido, algunos no entienden esto, pero yo no debí venir a este sitio a estar como Sylvia esperando a que un hombre de cualquier tipo me amara; déjala que no ha hecho nada, ¡salga!, intenta robarnos todo lo que tenemos, es una delincuente. Se ha metido en nuestra casa, está en nuestra habitación, estará robando. Y yo que quería que me dijera cosas bellas y gratas, y que estuviese al fin. Ha sido por decirlo de una forma algo complejo, triste. ¡Salga! No, no dispares, tal vez es sólo una indigente. Salga. Lo siento, dispararé, no me fío, debe tener un arma. Salga. T de Turista, T de Ted, T de tú. Tú abres la puerta y yo disparo. ¡Ahora! Creo que te inventé en mi mente. T de Ted, T de turista, T de T amo, de T odio, ¿qué haces? Ten cuidado, ¿qué haces? ¿Qué haces tú en nuestro hogar? Este no es tu hogar. Vete. Es mi sitio. Es el mío. Hay un hombre que siempre me ha engañado. Hay un hombre que siempre me buscó para engañarme. Y el arma se va a disparar. Lo sé. Déjala. Va a dispararse. Lo sé. Se dispara. Se dispara. Se ha disparado. Escucho de lejos la detonación. Lo siento. Corro. Salgo a la calle. Corro. Uno de ellos tal vez ha muerto.

Creo que te inventé en mi mente. Corro. Corro. Cruzo Benidorm corriendo. Llego a la estación. Sudo. Agarro el bus hasta Gandía. Creo que te inventé en mi mente. Me deben venir siguiendo. Luego hasta Valencia. Barcelona. Estación de Sants. Me bajo. Me compro la T-10. Me subo al metro. Una sola parada. Metro Universitat. Toco el timbre de tu casa. Nadie me abre. Subo. Igual logro entrar. Hola, hola. ¿Hay alguien aquí? Hola, hola. Me desnudo, me pongo tu traje. Me desnudo. Me pongo tu pijama. Uso tu cepillo de dientes. Tu After Shave. Tu perfume. Me perfumo mucho. Me fumo el cigarrillo que dejaste en la mesa de noche. Me tomo un vaso de tu whisky. Me acuesto en tu cama. Me duermo, despierto. Comienzo a prepararme el desayuno. Una tostada y aceite de oliva. Café negro y cargado. Saco la cafetera. Está caliente. Me quemo un poco. El café está demasiado caliente. Me gusta frío. Me llega un SMS. Nuevamente será ella que me llama para fastidiarme. Es un SMS vacío. Maldita, ya no la soporto. Voy al cajón de mi velador. Abro la puerta de su casa. Ahí está sentada. Disparo.

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