lunes, 29 de julio de 2024

Página 202 de Mala Onda, de Alberto Fuguet

Decido mirarla fijo. Mirarla a los ojos, como me lo enseñó mi madre. Ella no responde, no acusa recibo, pero me consta que se sabe observada. Me impresiona su fuerza de voluntad. No es que crea que me ama o alguna ingenuidad por el estilo; más bien me sorprende eso de que haya logrado sacarme, así de raíz, de su sistema. Dicho y hecho. No es que haya sido importante para ella alguna vez. Lo dudo. Aunque igual sueño que lo fui. Uno tiene esa prerrogativa: creer que porque uno sintió algo, ese algo de alguna manera logró colarse y depositarse en el sistema digestivo del otro. Por ejemplo, se me ocurre –estoy seguro- que cada vez que ella come pan con palta se acuerda de mí. Quizás no sea verdad. Quizás sí. Nunca lo voy a saber. Incluso si me lo jurara, igual puede ser un invento, una mentira. Uno nunca está del todo seguro. La seguridad surge tan sólo de lo que uno cree, creo. Y yo creo, yo siento, estoy seguro de que eso de no acusar recibo, de no mirarme, de hacerse la indiferente, es la señal más irrefutable de que aún le importo. O, por lo menos, de que me odia pero que, alguna vez, en alguna época pasada cuando todo era mucho pero mucho más fácil, ella me tuvo en cuenta.
El pasado, creo, es mucho más difícil de ocultar que el presente. Por eso, todos en el living en tonos pasteles de la Rosita Barros pueden poner sus manos al fuego de la chimenea y asegurar: “Si, es cierto, es evidente, entre ellos dos hubo, y quizás todavía hay, algo”. En veinte años más, pienso, cuando ella esté casada con el McClure o alguien parecido y averigüe por causalidad sobre mi paradero, de mi vida y mis probables fracasos, estoy seguro de que esos ojos que tiene se llenarán de curiosidad y de nostalgia y hasta de envidia. Y dirá: “Hice lo correcto. No era mi tipo”
Y lo más triste del asunto es que va a tener razón: no soy su tipo. Al menos, ya no lo soy. Porque de que lo fui, lo fui. Pero algo pasó. Y este es el resultado, supongo.

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