Soy mujer, soy de izquierda y soy feminista. Escribo esta columna para hablarle a ciertos varones, también de izquierda, que se resisten comprender el feminismo.
Lo que nos hace de izquierda es el convencimiento tenaz de que todas las personas somos iguales. Igualdad no como semejanza, sino como abolición de jerarquías. Me hice de izquierda cuando entré a la U y conocí compañeras con papás que trabajando las mismas cuarenta horas a la semana que mi mamá, ganaban cinco veces su sueldo. Me hice de izquierda porque siempre supe que mi mamá no ganaba poco por ser floja, sino porque la distribución de la riqueza en Chile es un chorreo que nunca rebasó en las cúpulas. Me hice de izquierda porque en este país hasta el pasto es monopolio de las comunas ricas. Sigo siendo de izquierda porque me da vergüenza que los servicios públicos sean subsidios para la gente pobre y no un derecho universal, un espacio de mezcla. Soy de izquierda porque me duele que haya una clase que engorda cada día a costa del trabajo de millones de personas que viven en casas minúsculas. Y me revienta que esa clase se las ingenie, gobierno tras gobierno, para mantener su dominio.
El marxismo clásico le da una bajada teórica a esa rabia. Considera política la división de poder entre clases y denuncia que el Estado es un instrumento al servicio de la clase económica dominante. Lo que vengo a pedirles hoy día es que agarren toda esa sensibilidad que asegura, con el puño en alto y enrojecido, que no es válido que alguien ostente privilegios por sobre otra persona, que aboga por sueldos justos, que sabe que la pobreza no es una condición individual, sino el resultado colectivo de una estructura con forma de embudo; que llenen su corazón de resentimiento y entiendan esto: el género, al igual que la clase, es un sistema político que divide el poder.
Entonces hablemos de desigualdad y pobreza. La izquierda despotrica contra “los poderosos”, sepan que el 92% de los gerentes de las empresas más ricas de Chile son hombres. Hablemos de representación política. El Congreso está lleno de apellidos aristocráticos y también de hombres: sólo el 16% son mujeres. Hablemos de educación. Sabemos que las condiciones del profesorado son terribles, sepan que el 70% son mujeres. Hablemos de derechos laborales. Por realizar el mismo trabajo, las chilenas ganan en promedio un 36% menos que sus pares hombres.
¿De verdad creen que esto es algo inherente? ¿Que las mujeres viven peor porque son menos capaces o porque no se esfuerzan lo suficiente? Sostener eso es lo mismo que decir que los pobres son pobres porque son flojos, es obviar la evidencia grosera de que existe una estructura injusta, que deja a un lado a un grupo que ostenta privilegios y al otro, una gran mayoría que se ahoga en desventajas.
El feminismo es una respuesta a esta diferencia. Se rebela ante el machismo, que naturaliza la supremacía de los varones en lo político, económico y sexual. Busca la emancipación con perspectiva de género. Porque quiéranlo o no, el machismo es sinónimo de fascismo, ocupa al Estado para reproducirse y es otro espejismo para acumular capital.
Una esperaría que los hombres de izquierda o progres, por su afinidad política, entendieran esto. Pero no, muchos tienden a ser igual de conservadores y machistas que la derecha. Entonces no ven la gravedad de los paneles de hombres, de los celos que matan, del humor sexista, de evaluar a las mujeres permanentemente por su aspecto físico. No ven cómo el micromachismo alimenta la estructura. Porque antes que ser de izquierda, los supera el hecho de ser hombres.
Aquí viene la noticia incómoda: ustedes, varones de izquierda, por ser hombres, ostentan privilegios. Y no lo ven, porque el privilegio es invisible para quien lo tiene. La vida es muchísimo más fácil siendo cuico, también es ridículamente más fácil siendo hombre. Así como el cuico no entiende qué significa vivir con 250 lucas al mes, a ustedes siempre les va a costar entender qué significa que antes que persona siempre te consideren objeto.
Afortunadamente, también hay hombres de izquierda cuestionando el machismo. Pienso en Boric, que durante un homenaje a Lemebel en el parlamento dijo una frase que debería ser nuestro fondo de pantalla: cualquier izquierda que se precie de moderna, debe ser una izquierda feminista. Una izquierda a la que le duela la brecha de clase, y también la de género. Pelear por las dos, porque ambas aniquilan a la vez. Como dice Virgine Despentes: “hace falta ser idiota o asquerosamente deshonesto para pensar que una forma de opresión es insoportable y juzgar que la otra está llena de poesía”.
Yo no quiero vivir en una utopía de izquierda donde me subestimen, donde me echen la culpa si me violan, donde gane menos plata por realizar el mismo trabajo, donde releguen mis derechos a un segundo plano, donde me juzguen si me gusta el sexo. No quiero ser apéndice del mundo. Quiero ser parte de un proyecto de izquierda que en serio libere a las personas de las relaciones de dominación. Y en esa lucha el feminismo es sustancial. ¿Para cuándo la emancipación masculina? ¿Cuándo se van a integrar a esta revolución que ya empezó hace siglos? Acá les estamos esperando.
domingo, 15 de noviembre de 2020
Por qué me duele el machismo de izquierda
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