El 17 de febrero va a ser un año desde que te moriste. Encuentro tan tonto escribirlo, es obvio que no me lees ni me escuchas. Decir “estás muerto” es un mensaje absurdo porque el destinatario jamás puede oírlo. Aun así te escribo, porque tú me enseñaste a escribir.
Papá, han pasado tantas cosas desde que ya no estás. Al principio no quería que avanzaran los días porque a medida que pasaba el tiempo el momento de tu muerte se alejaba, la última vez que sentí tu olor se iba quedando atrás, el permiso para la autocompasión también se difuminaba. Me quedaría a vivir en el día de tu muerte porque de alguna manera seguías aquí. Ya pasó un año y en estos meses te he llorado tanto y en tantos lugares: cuando paso por el Dominó donde nos comimos el último completo juntos, en la micro rumbo a Talagante hace poco, pensando en todas las veces que tomamos esa micro en Estación Central. Tú vivías en La Florida en esa época y me ibas a ver allá, tan lejos. Me sentí querida por ti constatando que destinabas tus fines de semana yendo a verme a ese pueblo. Me dedicabas tiempo y el tiempo es afecto. Es rarísimo, pero también he estado alegre y he disfrutado que estés muerto. Me liberé de muchas cosas gracias a eso y el mapa de mis afectos se reordenó con tu ausencia. Voy a la casa de tu viuda mucho más seguido que cuando tú vivías y de pronto esa familia que era tuya ahora es mía y cuando estoy en tu casa reviso nuestras fotos del pasado o toco tu guitarra o reviso tus libros y es una forma silenciosa e íntima de conocerte, un truco inexplicable que permite que sigas aquí.
Quizá lo que más me duele de tu muerte es ya no poder compartir contigo lo que escribo. A veces me meto al mail y releo nuestros correos viejos, esos donde me enviabas cuentos. O disfruto las frases que has escrito en los papeles que escarbé en una caja tuya que requisamos después de tu muerte. En esos papeles encontré esta frase:
Alguna vez, al menos cuando ya no llueva, invítame a un jugo y pregúntame. Cualquier cosa. Servirá para decir lo que no escribo. Servirá para luego escribir lo que dije.
Me gusta tanto que quiero tatuármela. A veces siento culpa de haber sido demasiado critica con los textos que me mostrabas, me arrepiento de haber sido dura cuando en realidad sí me gustaban tus cuentos. Nunca te lo dije, pero creo que escribías muy bien.
Hay un universo nuevo que descubrí después de tu muerte y es la música. Siempre estuvo en nuestra vida, contigo tocando guitarra e inventando canciones. Me encantaría poder decirte papá, mira, estoy tocando la guitarra que me regalaste, papá, mira, tengo callos en los dedos de tanto tocar, papá, mira, saqué una canción nueva. Te contaría que avanzo más rápido de lo que creo, que mi profe de canto me becó, que compuse dos canciones sobre las palabras y los sentimientos, que toqué en vivo en una mini feria editorial y que grabé un cover de Javiera Mena con un amigo que hace música hace tiempo. Te diría que la música es poesía, es golpe que se vuelve consuelo. Te diría ojalá haberlo descubierto antes y haberlo compartido contigo mientras estabas vivo.
El 17 de febrero se cumple un año de tu muerte y, me imagino, va a ser como tu primer cumpleaños muerto: vamos a ir en familia a sentarnos alrededor de tu tumba, a acompañarte y acompañarnos. Ya sé que nadie muere de pena, que una se paraliza un rato hasta que el dolor y el echar de menos se hace sobrellevable. El 17 de febrero me voy a levantar temprano, voy a comer un completo en el local donde nos vimos la última vez y después iré a verte. Ya no escribiré esta columna, se acabó el duelo como objeto literario. Tengo que escribir de otras cosas, viejo. Te dejo ir, pero me quedo con la guitarra y con nuestros recuerdos.
Publicada en The Clinic
https://www.theclinic.cl/2019/02/14/columna-para-mi-viejo-arelis-uribe/
miércoles, 14 de septiembre de 2022
Cosas que te diría si estuvieras vivo [o una última columna para mi viejo]
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