jueves, 28 de julio de 2022

Cuando éramos niños, poem by Mario Benedetti (When We Were Kids)

Cuando éramos niños
los viejos tenían como treinta
un charco era un océano
la muerte lisa y llana
no existía.

luego cuando muchachos
los viejos eran gente de cuarenta
un estanque era un océano
la muerte solamente
una palabra

ya cuando nos casamos
los ancianos estaban en los cincuenta
un lago era un océano
la muerte era la muerte
de los otros.

ahora veteranos
ya le dimos alcance a la verdad
el océano es por fin el océano
pero la muerte empieza a ser
la nuestra.

 

When We Were Kids

When we were kids,
the old ones were about thirty.
A puddle was an ocean,
death plain and simple
did not exist.

Then when boys,
the old people were forty.
A pond was an ocean,
death only
a word.

When we got married,
the elders were in their fifties.
A lake was an ocean,
death was death
of the others.

Now veterans,
We already caught up to the truth.
The ocean is finally the ocean,
but death begins to be
ours.

viernes, 8 de julio de 2022

Cuanto mayor es la belleza, más profunda es la mancha, by Gabriela Wiener

Serguéi Pankéyev está llorando por primera vez delante de su médico. Su nariz crece y enrojece violentamente con los espasmos del llanto. Es muy simple, para él su nariz es como un montón de lobos blancos que lo miran estáticos desde el árbol que está frente a su ventana. Sigmund Freud se peina la barba mientras Pankéyev, entre sollozos, vuelve a mencionar su nariz, el oscuro y deforme centro de su rostro. Hoy no espera profundizar en la visión de su padre penetrando salvajemente a su madre, no quiere saber nada más acerca de la vez en que su hermana se bajó el calzón y le dijo «come de aquí» o de todo lo que soñó hacerle a su institutriz inglesa antes de que ésta lo descubriera mirándola y lo amenazara con cortarle un trozo del pene. Serguéi sólo quiere que los lobos quietos y blancos, posados como palomas en las ramas, desaparezcan, pero éstos se empeñan en gritarle que es como una maldita foto de Cindy Sherman, que su cara es el circo de la mujer gallina y su nariz, sobre todo su nariz, un zurullo; pobre ruso adinerado.

Sufro trastorno dismórfico corporal, la misma enfermedad que sufría Pankéyev y que en vano trató de curar Freud. Como el aristócrata ruso, me preocupo obsesivamente por algo que considero un defecto en mis características físicas. Lo más perturbador de una enfermedad así es que ese defecto puede ser real o imaginario. No está claro quién o qué determina lo que es evidencia o producto de la fabulación. Es algo así como si entre los monstruos de nuestras pesadillas, en medio de los niños de dos caras, de los bebés que nacen con sus hermanos en el vientre y los gatos con seis patas, estuvieras tú.

El mal existe, como la deformidad y la putrefacción. Nadie podrá despreciarme mejor que yo. Ésa es mi conquista.

La voz interior es siempre un recuento de catástrofes y barroquismos: mis dientes torcidos, mis rodillas negras, mis brazos gordos, mis pechos caídos, mis ojos pequeños clavados en dos bolsas de ojeras negras, mi nariz brillante y granujienta, mis pelos negros de bruja, mis gafas, mi incipiente joroba y mi incipiente papada, mis cicatrices, mis axilas peludas y abultadas, mi piel manchada, pecosa y lunareja, mis pequeñas manos negras con las uñas carcomidas, mi falta de cintura y curvas traseras, mi culo plano, mis cinco kilos de sobrepeso, los pelos hirsutos de mi pubis, el pelo de mi ano, los pezones grandes y marrones, mi abdomen descolgado y estriado. El tono de mi voz, mi aliento, el olor de mi vagina, mi sangre, mi fetidez. Y aún me falta hacerme vieja. Y descomponerme.

En una época me dibujaba, construía collages con fotografías recortadas, unía partes de mi imperfecto cuerpo con recortes de cuerpos de modelos increíbles. En uno de mis autorretratos tengo un rubí en el pezón y mi cuerpo es el de una heroína de cómic erótico de los setenta. Soy una muñeca recortable y tricéfala a la que le he cortado el cuerpo y le he dejado los vestidos.

Todos los acomplejados somos unos formalistas. Nietzsche lo dijo así: «El hombre se mira en el espejo de las cosas, considera bello todo lo que le devuelve su imagen. Lo feo se entiende como señal y síntoma de degeneración». Por lo general se da por descontado que en el mundo hay feos, pero las personas no se imaginan que pueden estar en ese grupo. En el peor de los casos es cuestión de gustos o de puntos de vista, o la belleza es subjetiva o depende de la época o de lo que entienda la cultura occidental. Nadie quiere ser simpático. Ninguna mujer quiere ser sólo agradable. Hay pocas cosas tan en desuso como la belleza interior. Algunas veces me he aplicado al ejercicio de juzgar estéticamente a otros como una gran entendida. Todos sabemos que para la gente realmente hermosa éste no es un tema de conversación —los guapos de verdad ni se dan cuenta de lo guapos que son—, pero para la gente fea tampoco, para ellos no es un tema: es el único tema. De hecho, alguien que no habla del físico de los demás, aunque no sea una persona guapa, sólo por la abstención ya puede considerarse un poco guapo. En cambio, a alguien regular, e incluso a alguien semiguapo, lo afea bastante hablar de la belleza o la fealdad de los otros. portada Weiner

¿Estoy loca? Creo que poca gente se siente atraída por mí a primera vista, tan poca que cuando ocurre me sorprende, y esto puede ser muy molesto en un mundo donde casi la mitad de la población tiene una anécdota acerca de un amor fulminante. Y claro, cuando me conocen sí, ven mis cualidades, también físicas, como mis pechos grandes, mi cabellera negra y brillante, mis boca pequeña y dibujada con ese punto de exotismo e indefensión; sobre todo desnuda parezco una nativa amazónica recién capturada, eso da morbo, morbo colonial, sí, eso dicen mis amantes o mis amigos, que a veces son genios feos: considero que si mis amantes o mis amigos son feos, también es un problema mío, me afean más. Me pasa lo mismo con lo que escribo. Lo que escribo siempre me afea. No hablaré aquí del odio que le tengo a las escritoras que además de escribir bien son portentos femeninos. Tengo a una enterrada en mi jardín. La belleza mata. Para Bataille, desear la belleza es ensuciarla, «no por ella misma, sino por la alegría que se saborea en la certeza de profanarla. […] Cuanto mayor es la belleza, más profunda es la mancha».

Umberto Eco, un feo clarísimo, en su Historia de la fealdad citaba a Marco Aurelio —apodado «el sabio» y no «el hermoso»— para certificar la belleza de lo imperfecto, «como las grietas en la corteza del pan». Otra que se consideraba fea era Alejandra Pizarnik, la poeta argentina suicida. Pizarnik escribió: «Te deseas otra. La otra que eres se desea otra». Es la frase que escogí para que me defina en Facebook. Nunca unas palabras (sacadas de su contexto) me habían explicado mejor.

Amar a un hombre bello y, lo que es peor, ser amada por uno, no es exclusivo de las mujeres bellas. En la película Pasión de amor del director Ettore Scola, un apuesto capitán del ejército italiano enviado a vigilar la frontera conoce a Lady Fosca (Valeria D’Obici), la prima de uno de sus superiores, que tiene la particularidad de ser fea y un poco deforme. Enfermiza, histérica, con su huesudo y anémico rostro, sus orejas de ratón y esa larga nariz, Fosca se enamora del guapo capitán. La bella y la bestia al revés.

Ella no sólo es fea: también sufre por ser fea. Y no hay nada que desee más una fea que belleza. Su narcisismo es como la sed que no puede ser saciada y su mundo interior un lugar a oscuras, por eso desea a quien técnicamente no puede desearla. Y lo asedia. Es capaz de humillarse por él, su entrega es desesperada y salvaje, su anhelo la enaltece, diríase que hasta la embellece. El suyo es un amor subversivo; algunos ineptos lo llamarían suicida. En realidad, Fosca se desea otra. No ama tanto al hombre como la belleza de ese hombre y sueña con hacerla suya porque de esta manera acaso conseguirá verse un poco menos fea. El hombre bello es el espejo en que ella se mira. Pero la amante fea es el espejo moral del hombre bello. La dolorosa situación de la dama resulta magnética para un hombre piadoso y profundamente halagado. Casi tanto como las telarañas que la deforme teje a su alrededor. Así que el apuesto capitán la ayuda, la acompaña, la cuida, le da a Fosca el afecto, la atención y las miradas que el mundo le ha negado. Hasta conocerla, el capitán sólo había sido un hombre bello, ahora es un ser trágicamente grandioso.

Ser un hilo de conversación, un tema, un post para el escarnio público.

En la foto que alguien colgó en un blog anónimo yo estaba sentada en el suelo comiéndome un plátano. A continuación hay 395 comentarios en los que me llaman fea o en los que se explayan sobre todos los hombres que supuestamente me tiré estando casada y lo puta que soy en general. Lo de puta nunca me ha dolido particularmente, no perdamos el tiempo en eso. Pero lo otro, lo otro, esa evidencia…

Alguna vez yo también me odié de esa manera.

Si la dismorfia corporal es una enfermedad mental, ¿me lo estoy imaginando todo? ¿Soy fea? ¿Soy en realidad bella? Y si me lo estoy imaginando, ¿por qué hay gente hablando de eso, escribiendo sobre mi fealdad? ¿Por qué es un tema? ¿Por qué me ama entonces un hombre bello? ¿Debería ser bella? ¿Querrían que fuera bella para así justificar su dolor, su apetito, su virulencia? ¿Tiene, en ese caso, más que ver con mi impureza moral que con la física? ¿No con que era linda como decían mamá y papá? ¿Será la mezcla de ambas cosas? ¿Estoy loca si me hago estas preguntas? ¿Nadie más se las hace?

Hay un dibujo, una pequeña viñeta, que hice a partir de una frase que me dijo un día alguien que me ama a pesar de mis trastornos, de mis complejos, o precisamente por ellos. Dijo: «Me hubiera gustado conocerte de niña y decirte que eras la niña más bella del mundo». En mi dibujo, él viaja al pasado, me encuentra, me sienta en sus rodillas y, como él es el hombre más bello que yo he visto nunca, me dice esa frase al oído y yo lo creo y nunca más se me olvida. Así, en esa historia alternativa de mi vida, yo creceré sin el trastorno y no me haré más preguntas.

jueves, 7 de julio de 2022

My Parents Fold Like Luggage, poem by José Olivares translated from English by Arelis Uribe

My Parents Fold Like Luggage

my parents fold like luggage
into the trunk of a Toyota Tercel.
stars glitter against a black sky.
from the sky, the Tercel is a small

bug traveling north. from the sky
borders do not exist. the Tercel stops
in front of a man in green. stars glitter
like broken glass. the night so heavy

it chokes. in the trunk, it is starless.
my parents protect this moment. this now.
what folds them into the trunk of a Tercel.
the belief that the folding will end.

it doesn’t. dollars fold into bills. my parents
near breaking. broke. they protect what might
unfold them to discover they are six:
a family. if the man in green opens the trunk,

the road folds back. this moment & everything
that follows disappears into the ink of a police report.
why doesn’t he open the trunk? my parents say
god blessed us. maybe they are right,

but i think about that night & wonder where
god was—a million miles away in the stars,
in the shared breath between my parents, maybe
everywhere. maybe nowhere. from the sky,

the man in green is so small it is impossible
to see him wave. from the sky, it is impossible
to hear whether my parents cheer or pray
as the car steals north.


Mis padres plegados como valijas


mis padres plegados como valijas
en la maletera de un Toyota Tercel.
las estrellas brillan contra el cielo negro.
desde el cielo, el Tercel parece una pequeña

mariquita viajando al norte. desde el cielo
no existen las fronteras. el Tercel se detiene
frente a un hombre de verde. las estrellas brillan
como vidrio trizado. la noche tan pesada

se ahoga. en la maletera no hay estrellas.
mis padres abrazan este momento. este ahora.
que los pliega en la maletera de un Tercel.
la certeza de que plegarse terminará.

pero no. billetes plegados como facturas. mis padres
cerca de la ruina. arruinados. abrazan lo que podría
desplegarlos para descubrir que son seis:
una familia. si el hombre de verde abre la maletera,

el camino se repliega. este instante & todo
lo que viene desaparece en la tinta de un informe policial.
¿por qué no abre la maletera? mis padres dicen
nos bendijo dios. quizá tienen razón,

pero pienso en esa noche & me pregunto dónde
estaba dios—a un millón de millas en las estrellas,
en el aliento compartido entre mis padres, quizá
en todos lados. quizá en ninguno. desde el cielo,

el hombre de verde es tan pequeño que es imposible
verlo despedirse. desde el cielo, es imposible
escuchar si mis padres celebran o rezan
mientras el auto escurre al norte.