jueves, 22 de agosto de 2019

Todo encaja en todo armoniosamente, poema de Hernán Miranda

El macho encaja en la hembra y la hembra en el macho
tal como el cuchillo encaja en los labios de la herida sangrante
y el árbol de corteza arrugada en el paisaje que lo rodea.

Cada palabra encaja como un rompecabezas dentro de lo conversado
así como una mirada encaja entre otras miradas
o la columna atacante en el espacio del enemigo que se repliega a duras penas.

El extremo oriental del Brasil encaja en la costa occidental de África
y el cuerpo del atormentado en el instrumento que lo lacera,
la mano del ladrón con su presa.

El vuelo de un pájaro y la caída de un pájaro encajan
y el fusilado en las balas que lo perforan
y el niño en su madre
y una boca que besa en otra boca que devuelve el beso.

La línea quebrada de las montañas encaja en la línea quebrada del cielo que hay sobre las montañas.
El río encaja en su cauce
el mar en su lecho cóncavo
y en su cuenca el ojo lloroso
y la llave en la cerradura.

Todo encaja con todo y no parece tarea fácil desligarse de este designio.
Cómo separar al muerto de su ataúd
o la partida del viajero de su regreso.
Todo se relaciona con todo
y hasta el que se esconde en una isla solitaria
encaja como un alfiler en la solapa del olvido.
Cada cosa se disuelve dentro de otra
y hasta “el camino de subida es el mismo camino de bajada”.

Al poema le es dado envolverlo todo,
evidenciar las relaciones que hacen posible la armonía del caos.

miércoles, 21 de agosto de 2019

La estructura de Duane Michals



Último poema para Richard, Sandra Cisneros

24 de diciembre y seguimos otra vez.
Esta vez para bien, lo sé porque no te
eché—y de todos modos nos despedimos.

Sin zapatos. Sin portazos.
Doblamos la ropa y nos fuimos
por caminos separados.

Te fuiste con esa camisa de franela tuya
que me gustaba pero recordé tomar
tu cepillo de dientes. ¿Dónde estás esta noche?

Richard, es Navidad otra vez
y el viejo fantasma vuelve a casa.
Estoy sentada junto al árbol de Navidad
preguntándome dónde nos equivocamos.

Bueno, no funcionamos y todos
los recuerdos, la verdad, no son buenos.
Pero a veces hubo buenos momentos.
El amor fue bueno. Me encantaba tu dormir
chueco a mi lado y nunca soñé con miedo.

Debería haber estrellas para grandes guerras
como la nuestra. Debería haber premios
y mucho champagne para los sobrevivientes.

Después de todos los años de humillaciones,
el fracaso de varias vacaciones,
debería haber algo
para conmemorar el dolor.

Algún día olvidaremos ese gran desastre en Brasil.
Hasta entonces, Richard, te deseo lo mejor.
Te deseo amoríos y mucha agua caliente,
y mujeres más amables que como te traté.
Me olvidé la razón, pero te amé una vez,
¿te acordás?

Tal vez en esta época, borracha
y sentimental, estoy dispuesta a admitir
que una parte de mí, enloquecida y kamikaze,
está lista para la anarquía, ama todavía.

(Traducción al castellano de Hugo Zonáglez) 

Las palabras nacieron allí, en la guerra (Extracto de Svetlana Aléxievich


La guerra no tiene rostro de mujer, Svetlana Aléxievich (extractos)




martes, 20 de agosto de 2019

Poema de Malén Denis

sos de cuidarte? fumás o ya dejaste? usás protector solar? otro tipo de cremas? cómo cuidás tu silueta? corrés, vas a la pileta? alcohol mucho-poquito-nada? más del puré o de la ensalada? full veggie o carne alguna? comés o sos de las que ayunan? vas por lo sano y te reventás de repente? dormís bien o necesitás algo para detenerte? fumarte un porro? alguien al lado? te la bancás solo? soltaste? alguna vez te la bancaste? dejás que te hagan mierda? alguna vez dormiste en la vereda? cómo usás tu tiempo? qué es lo que te da miedo? sos de noviar o te dejan sola sintiendo? sentir no es acaso eso? te sentís en tu centro? escuchás o te hablan al pedo? te involucrás con tu deseo? tomás alguna droga? rivito con vino? terapia? cuántas veces a la semana? cuántos años? freudiano o lacaniano? también astrología? cómo cuidás tu economía? te interesa? qué tipo de arte de interpela? recordás haber llorado en la escuela? en qué materia? qué pensás de la materia? propiedad pensás en comprarte? heredaste? sufriste alguna vez por la muerte de alguien? tu trabajo te gusta? qué cosas te asustan? qué hacés cuando tenés vergüenza? cómo tolerás lo que te cuesta? te comés las uñas? repetís algún tipo de gesto? tocás mucho alguna parte de tu cuerpo? necesitás que las cosas sean pares? de tu primo gustaste? te pasó de no querer mucho a tu sobrino? qué te provoca la palabra “sencillo”? alguna vez te plantaste? cuidás tus plantas? de qué humor te despertás a la mañana? te abruma algún tipo de burocracia? conocés tus preferencias? qué te pasa con las fiestas? alguna vez disfrutaste estar por encima de alguien? cuál es tu objetivo en las relaciones cuidar o cuidarte? creés en el punto medio? qué es para vos el centro?

Malén Denis, poeta argentina, 1989.

Hombres trabajando, Manuel Paredes Parod


Antología de cuentos favoritos de Santiago en 100 palabras

LA NOCHE DEL DÍA QUE LLOVIÓ EN VERANO
Talento Breve

Me llevé al teatro, me compré una cena, caminé, me compré un helado y creo que ahora me haré el amor.

Carolina Dagach, 29 años
Providencia


ESCAFANDRA
Primer Lugar

A Moreno le gusta la palabra escafandra. Un día la oyó revoloteando en el aire caliente del metro y la guardó en algún lugar cerca de su estómago. No sabe qué significa, e imagina que, si la buscara en una enciclopedia, encontraría la imagen de un animal fantástico, quizá similar a una libélula (porque una palabra como esa seguro debe tener alas). Como un reflejo, cuando Moreno oye el pitido del cierre de puertas, la escafandra aletea en la boca de su estómago y escapa planeando por el vagón, a ver si algún otro pasajero la captura al vuelo.

Laura Soto, 22 años
Providencia


LOLA, POR QUÉ TAN SOLA
Talento Breve

Mi mamá me dejó al cuidado de mi tío. Guardé silencio como de costumbre.

Ivana Victoria González Araos, 16 años
Quilicura


PENA REMITIDA
Primer Lugar

Deshojada quedó Margarita en el revuelo del patio del cité, bajo el abrazo del conviviente de su madre, cuando al cumplir ocho entre globos y reggaetón, él le susurró que la quería: mucho, si guardaba silencio; poquito, si se resistía; nada, si lo denunciaba.

Patricia Middleton Correa, 68 años
Linares


GOLPECITO DE ESTADO
Mención Honrosa

Sabíamos que los de la mesa del lado eran militares retirados. No todos, sólo los que hablaban más incoherencias sobre glorias pasadas. Pidieron banderas y chupallas como cotillón y se pararon a hacer el trencito engalanados como si fueran las Fiestas Patrias. Era inquietante ver sus rostros borrachos, oír sus risotadas, verlos bailar usando servilletas como pañuelos. Se dieron una vuelta completa por el comedor del hotel bailando, volvieron a sentarse y pidieron otra botella de vino. Ganaron el premio a la mesa más alegre y yo sentí que por unos minutos hubo un golpecito de Estado en el matrimonio.

Natalia Muñoz Castillo, 30 años
Santiago


LA VERDAD
Primer Lugar


Los miércoles vuelvo a mi departamento unas horas más tarde. Le comento al conserje algo a modo de excusa: «Hoy me junté con una amiga». Nunca me ha preguntado. Pero la verdad es esta: Voy al Parque Uruguay y me acuesto boca abajo en el pasto, con los ojos cerrados, inmóvil. Y espero hasta que las pelotas de fútbol rueden en mi espalda, la gente trote sobre mis piernas, los perros me huelan sin mover la cola. Cuando siento que estoy a punto de desaparecer, me levanto y camino por Andrés Bello, con las rodillas manchadas de tierra húmeda.

Gabriela Flores Díaz, 30 años,
Providencia

 

LICEO PÚBLICO
Premio al Talento Joven


Entro al liceo y la inspectora me crítica mi color de pelo y mi ropa desarreglada, pero yo sigo adelante, porque yo solo estoy esperando esa hora. No le entiendo a la profesora de ciencia, pero no me importa, porque yo estoy esperando esa hora. Mis amigos me hablan, pero yo miro el reloj, esperando a que sea la hora. Hasta que finalmente sonó el timbre, indicando que es la hora. Hay una fila para entrar, me dieron mi bandeja y yo empiezo a tragar cucharones llenos de porotos con riendas sin sal, que llegan a mi estómago vacío.

Vincent Bieler Arellano, 17 años,
Puerto Montt

 

PERFIDIA
Mención Honrosa 2002


Amanece. el cerro san Cristóbal me mira, cínicamente, con ojos de virgen.

Ignacio Reyes, 50 años,
Santiago


La terraza de los cabros
Primer Lugar

Somos cinco y nos ponemos a fumar en la pequeña terraza en la falda del cerro Monjas. Uno lo enciende, el otro toma agua. Yo miro al gato que toma el sol en la copa de la casa. Otro toca guitarra, y la última baila. Luego bailamos juntos. Luego bailamos todos.

Paolo Henríquez Fuentes, 23 años
Viña del Mar



VERTEDERO MUNICIPAL
Premio al talento joven


Y pensar que todo empezó con un papel.

Ignacio Aguilar Rodríguez, 16 años,
Antofagasta



Dostoievski
Primer lugar 2006

 

Habría observado con detención a las personas salir humeantes de la boca del Metro. Habría atravesado estupefacto la Moneda bajo la lluvia. Pensativo, le habría comprado una sopaipilla a un perro hambriento cerca del santa lucía. Habría cruzado alegremente calles inundadas con niños corriendo a su lado. le habría levantado el puño a los agresivos e invasores automóviles. Habría probado el mejor navegado en la Piojera con unos amigos. Habría llorado y reído, sentado en un banco, mirando la gente, esperando la micro, entumido. Y habría esperado la nieve, en vano. A fedor Dostoievski le habría gustado santiago en invierno.


Ernesto Guzmán, 29 años,
La Florida


Nueva comunicación
Tercer Lugar, 2023


Los números podrían reemplazar letras y h4c3r un nu3vo l3ngu4j3 qu3 comun1qu3 m3j0r a adult0s y n1ñ0s. Se p0drí4 c0nstru1r un mund0 más d1v3rtid0 y ll3n0 de cr34t1v1d4d. Tal vez, así mi padre saldría de sus cálculos y me dedicaría un poco de atención.

Jorge Rivas Soto, 12 años,
El Bosque.


Poetas pal Nobel

La señora que escribe la lista de precios en su carrito de sopaipillas. El señor que vende el diario comentando los titulares. El niño que le miente a la mamá para que
no lo castigue. El sapo que ayuda a los micreros. La señora con voz desafinada que canta en la calle junto a su parlante. El joven que ofrece las promos del bar en el que trabaja.

Diego Armijo Otárola , 22 años, Viña del Mar.


Lo teje
Premio al talento infantil


Lo teje, lo teje, mi abuela me lo teje porque ella dice que del invierno altiplánico me protege.


Javiera Villalobos Sciaraffia, 12 años, Iquique


Las doce
Premio al talento mayor


Atronaba la banda, el guaripola desplegaba sus mejores destrezas (después supe que se lucía para ti, que caminabas entonces como andarían, si lo hicieran, los claveles). Alguien nos presentó cuando en la Torre eran las doce. Desaparecieron la multitud y hasta la brisa que movía tus cabellos de miel. Solo quedaron tus ojos y la sonrisa que iban a tener los cinco hombres, las seis nietas y hasta la bisnieta que vendrían. Son las doce y estamos nuevamente solos, con las manos unidas, en esta Plaza Prat, donde nos ven solamente como dos viejos tomando sol.

Marce Hugo Contreras Mondaca, 79 años, Alto Hospicio.


Jorge Inostrosa
Premio al talento infantil

Pido una pizza y doy la dirección, me dicen «lo siento, para allá no voy». Estoy aburrida, invito a mi amiga, le doy la dirección, me dice «para allá no voy». Estoy en el centro, paro un colectivo, doy la dirección y me dice «para allá no voy».


Mayte Araya Castro, 12 años, Iquique


Tarea
Premio Alto Hospicio

Cuando Alto Hospicio no tenía más que un puñado de casas, y no había luz eléctrica, y nos dejaban agua en camiones dos veces a la semana, mis padres pensaban en invertir, así es que se tomaron un terreno. Fui a la primera escuela del lugar y obtuve mi primer 1: la profesora se enojó cuando, al pedir de tarea dibujar nuestras casas, yo dibujé una carpa.

Nicole López Donoso, 31 años, Alto Hospicio.

Sacar los cálculos, Andrés Anwandter



Extracto de "Sucesos", de Daniíl Kharms


Querido Nica (carta de Violeta Parra a su hermano Nicanor)






"Carta a Vicki" y "Carta a mis amigos", por Rodolfo Walsh

Carta a Vicki (las palabras que no le pudo decir a su hija montonera asesinada)

Querida Vicki: La noticia de tu muerte me llegó hoy a las tres de la tarde. Estábamos en reunión cuando empezaron a transmitir el comunicado. Escuché tu nombre, mal pronunciado, y tardé un segundo en asimilarlo. Maquinalmente empecé a santiguarme como cuando era chico. No terminé con ese gesto. El mundo estuvo parado ese segundo. Después les dije a Mariana y Pablo: “era mi hija”. Suspendí la reunión.

Estoy aturdido. Muchas veces lo temía. Pensaba que era excesiva suerte no ser golpeado, cuando tantos otros son golpeados. Sí, tuve miedo por vos, como vos por mí, aunque no lo decíamos. Ahora el miedo es aflicción. Sé muy bien por qué cosas has vivido, combatido. Estoy orgulloso de esas cosas. Me quisiste, te quise. El día que te mataron cumpliste 26 años. Los últimos fueron muy duros para vos. Me gustaría verte sonreír una vez más.

No podré despedirme, vos sabés por qué. Nosotros morimos perseguidos, en la oscuridad. El verdadero cementerio es la memoria. Ahí te guardo, te acuno, te celebro y quizás te envidio, querida mía.

Hablé con tu mamá. Está orgullosa en su dolor, segura de haber entendido tu corta, dura, maravillosa vida.

Anoche tuve una pesadilla torrencial, en la que había una columna de fuego, poderosa pero contenida en sus límites, que brotaba de alguna profundidad.

Hoy en el tren un hombre me decía: “Sufro mucho. Quisiera acostarme a dormir y despertarme dentro de un año”. Hablaba por él pero también por mí.

Carta a mis amigos (Así le cuenta a su gente que asesinaron a su hija)

Hoy se cumplen tres meses de la muerte de mi hija, María Victoria, después de un combate con fuerzas del Ejército. Sé que aquéllos que la conocieron la han llorado. Otros, que han sido mis amigos o me han conocido de lejos, hubieran querido hacerme llegar una voz de consuelo. Me dirijo a ellos para agradecerles pero también para explicarles cómo murió Vicki y por qué murió.

El comunicado del Ejército que publicaron los diarios no difiere demasiado, en esta oportunidad, de los hechos. Efectivamente, Vicki era oficial 2° de la Organización Montoneros, responsable de la prensa sindical, y su nombre de guerra era Hilda. Efectivamente estaba reunida ese día con cuatro miembros de la Secretaría Política que combatieron y murieron como ella.

La forma en que ingresó a Montoneros no la conozco en detalle. A los 22 años, edad de su posible ingreso, se distinguía por decisiones firmes y claras. Por esa época comenzó a trabajar en diario La Opinión y en un tiempo muy breve se convirtió en periodista. El periodismo en sí no le interesaba. Sus compañeros la eligieron delegada sindical. Como tal debió enfrentar en un conflicto difícil al director del diario, Jacobo Timerman, a quien despreciaba profundamente. El conflicto se perdió y cuando Timerman empezó a denunciar como guerrilleros a sus propios periodistas, ella pidió licencia y no volvió más.

Fue a militar a una villa miseria. Era su primer contacto con la pobreza extrema en cuyo nombre combatía. Salió de esa experiencia convertida a un ascetismo que impresionaba. Su marido, Emiliano Costa, fue detenido a principios de 1975 y no lo vio más. La hija de ambos nació poco después. El último año de vida de mi hija fue muy duro. El sentido del deber la llevó a relegar toda satisfacción individual, a empeñarse mucho más allá de sus fuerzas físicas. Como tantos muchachos que repentinamente se volvieron adultos, anduvo a los saltos, huyendo de casa en casa. No se quejaba, sólo su sonrisa se volvía más desvaída. En las últimas semanas varios de sus compañeros fueron muertos: no pudo detenerse a llorarlos. La embargaba una terrible urgencia por crear medios de comunicación en el frente sindical, que era su responsabilidad.

Nos veíamos una vez por semana, cada quince días. Eran entrevistas cortas, caminando por la calle, quizá diez minutos en el banco de una plaza. Hacíamos planes para vivir juntos, para tener una casa donde hablar, recordar, estar juntos en silencio. Presentíamos, sin embargo, que eso no iba a ocurrir, que uno de esos fugaces encuentros iba a ser el último, y nos despedíamos simulando valor, consolándonos de la anticipada partida.

Mi hija no estaba dispuesta a entregarse con vida. Era una decisión madurada, razonada. Conocía, por infinidad de testimonios, el trato que dispensan los militares y marinos a quienes tienen la desgracia de caer prisioneros: el despellejamiento en vida, la mutilación de miembros, la tortura sin límite en el tiempo ni en el método, que procura al mismo tiempo la degradación moral, la delación. Sabía perfectamente que en una guerra de esas características, el pecado no era no hablar, sino caer. Llevaba siempre encima una pastilla de cianuro, la misma con que se mató nuestro amigo Paco Urondo, con la que tantos otros han obtenido una última victoria sobre la barbarie.

El 28 de setiembre, cuando entró en la casa de la calle Corro, cumplía 26 años. Llevaba en brazos a su hija porque a último momento no encontró con quién dejarla. Se acostó con ella, en camisón. Usaba unos absurdos camisones blancos que siempre le quedaban grandes.

A las siete del 29 la despertaron los altavoces del Ejército, los primeros tiros. Siguiendo el plan de defensa acordado, subió a la terraza con el secretario político, Molina, mientras Coronel, Salame y Beltrán respondían al fuego desde la planta baja. He visto la escena con sus ojos: la terraza sobre las casas bajas, el cielo amanecido, y el cerco. El cerco de 150 hombres, los FAP emplazados, el tanque. Me ha llegado el testimonio de uno de esos hombres, un conscripto.

"El combate duró más de una hora y media. Un hombre y una muchacha tiraban desde arriba. Nos llamó la atención la muchacha porque cada vez que tiraba una ráfaga y nosotros nos zambullíamos, ella se reía."
He tratado de entender esa risa. La metralleta era una Halcón y mi hija nunca había tirado con ella, aunque conociera su manejo por las clases de instrucción.

Las cosas nuevas, sorprendentes, siempre la hicieron reír. Sin duda era nuevo y sorprendente para ella que ante una simple pulsación del dedo brotara una ráfaga y que ante esa ráfaga 150 hombres se zambulleran sobre los adoquines, empezando por el coronel Roualdes, jefe del operativo.

A los camiones y el tanque se sumó un helicóptero que giraba alrededor de la terraza, contenido por el fuego.

"De pronto, dice el soldado, hubo un silencio. La muchacha dejó la metralleta, se asomó de pie sobre el parapeto y abrió los brazos. Dejamos de tirar sin que nadie lo ordenara y pudimos verla bien. Era flaquita, tenía el pelo corto y estaba en camisón. Empezó a hablarnos en voz alta pero muy tranquila. No recuerdo todo lo que dijo. 'Ustedes no nos matan' dijo el hombre 'nosotros elegimos morir'. Entonces se llevaron una pistola a la sien y se mataron enfrente de todos nosotros."

Abajo ya no había resistencia. El coronel abrió la puerta y tiró dos granadas. Después entraron los oficiales. Encontraron a una nena de algo más de un año, sentadita en una cama, y cinco cadáveres.

En el tiempo transcurrido he reflexionado sobre esa muerte. Me he preguntado si mi hija, si todos los que mueren como ella, tenían otro camino. La respuesta brota de lo más profundo de mi corazón y quiero que mis amigos la conozcan. Vicki pudo elegir otros caminos que eran distintos sin ser deshonrosos, pero el que eligió era el más justo, el más generoso, el más razonado. Su lúcida muerte es una síntesis de su corta, hermosa vida. No vivió para ella: vivió para otros, y esos otros son millones. Su muerte sí, su muerte fue gloriosamente suya, y en ese orgullo me afirmo y soy yo quien renace de ella.

Esto es lo que quería decir a mis amigos y lo que desearía de ellos es que lo transmitieran a otros por los medios que su bondad les dicte.

viernes, 9 de agosto de 2019

Cómo convertirse en escritora, por Lorrie Moore (cuento)

Primero intenta ser algo, cualquier otra cosa: estrella de cine, astronauta, estrella de cine, misionera, estrella de cine, jardinera, Presidente del Mundo. Fracasa horriblemente. Es mejor si fracasas a una edad temprana, por ejemplo, a los catorce. Una desilusión temprana, crítica, para que a los quince puedas escribir largas oraciones en forma de haiku sobre los deseos frustrados.
Es un estanque, un cerezo en flor, un viento peinando las alas del gorrión rumbo a la montaña.
Estas son preguntas que guardas en tu billetera, como números telefónicos. Estas son preguntas que, como dice tu profesor de escritura creativa, es bueno explorar en tu diario personal, pero raramente en la ficción.
Sobre lo segundo escribes una larga historia sobre una pareja de ancianos que tropiezan accidentalmente con una mina en su cocina y vuelan en pedazos. La llamas: “Hasta que la mortadela nos separe”.
Leerás en algún lugar que toda la escritura tiene que ver con los genitales propios. No pienses demasiado en eso. Te pondría nerviosa.
Di: “Mamá, me gusta escribir”.
Escribe una historia sobre una estudiante de música confundida y llámala: “Schubert Era el de gafas, ¿no?”. No es un gran éxito, aunque a tu compañera de cuarto le gusta la parte en la que los dos violinistas vuelan en pedazos accidentalmente durante un concierto. “Salí con un violinista una vez”, dice ella, reventando su globo de chicle.
Tarde o temprano terminas un manuscrito, más o menos. La gente lo mira vagamente confundida y dice: “Parece que ser escritora siempre fue un sueño para ti, ¿no?”. Tus labios se secan como la sal. Di que de todos los sueños de este mundo, no puedes imaginar que ser escritora siquiera esté entre los primeros veinte. Diles que ibas a ser psicóloga infantil. “Claro”, dirán suspirando, “eres fantástica con los niños”. Frunce el entrecejo. Diles que eres una navaja caminando.
Cuenta las sílabas. Muéstraselo a tu mamá. Ella es dura y práctica. Tiene un hijo en Vietnam y un marido que podría tener una amante. Ella cree que hay que usar ropa marrón porque disimula las manchas. Ella mirará brevemente tu texto y luego otra vez a ti con la cara vacía como una galletita. Ella dirá: “¿Por qué no vacías el lavavajillas?”. Desvía la vista. Mete los tenedores en el cajón de los tenedores. Accidentalmente rompe uno de los vasos que te dieron gratis con el periódico del domingo. Éste es el dolor y el sufrimiento necesario. Esto es sólo el comienzo.
En la escuela, en clase de literatura, mira sólo la cara de Mister Killian. Decide que las caras son importantes. Escribe una villanelle sobre los poros. Esfuérzate. Escribe un soneto. Cuenta las sílabas: nueve, diez, once, trece. Decide experimentar con la ficción. Ahí no tienes que contar sílabas. Escribe un cuento corto sobre un anciano y una anciana que se disparan un tiro accidentalmente en la cabeza, uno al otro, resultado de un inexplicable fallo en un rifle que aparece misteriosamente en el salón una noche. Dáselo a Mister Killian como trabajo final de la clase. Cuando te lo devuelva habrá escrito en el papel: “Algunas imágenes son bastante buenas, pero no tienes sentido de la trama.” Cuando estés en tu casa, en la privacidad de tu habitación, garabatea a lápiz, debajo de su comentario en tinta negra: “Las tramas son para los idiotas, cara-porosa”.
Coge todos los trabajos de niñera que consigas. Eres fantástica con los niños. Ellos te adoran. Les cuentas historias de ancianos que mueren de forma idiota. Les cantas canciones como “Las campanas azules de Escocia”, tu favorita. Y cuando están en pijama y finalmente dejaron de pellizcarse entre ellos; cuando se duermen, lees todos los manuales de sexo que hay en la casa y te preguntas cómo alguien podría hacer esas cosas con alguien a quien ama. Quédate dormida en la silla mientras lees el Playboy de Mister McMurphy. Cuando los McMurphys vuelvan a casa, te tocarán en el hombro, mirarán la revista en tu falda y sonreirán ampliamente. Querrás morirte. Te preguntarán si Tracy se tomó la medicina. Explica que sí, que lo hizo, que le prometiste contarle una historia si se portaba como una señorita y que eso funcionó bastante bien. “Ah, maravilloso”, exclamarán.
Trata de sonreír orgullosa.
Matricúlate en Psicología Infantil en la universidad.
En Psicología tienes algunas materias optativas. Siempre te gustaron los pájaros. Te anotas en algo llamado: “Investigación Ornitológica Práctica”. Las clases son los martes y los jueves a las 2. Cuando llegas al aula 314 el primer día de clases, todos están sentados alrededor de una mesa discutiendo sobre metáforas. Alguna vez escuchaste algo al respecto. Después de un corto e incómodo rato, levanta tu mano y di tímidamente: “Perdón, ¿esto no es Observación de Pájaros I?” Todos se quedan en silencio y giran para mirarte.
Parecen tener todos una única cara: gigante y blanca, como un reloj destruido. Un barbudo ruge: “No, esto es Escritura Creativa”. Di: “Ah, okay”, haciendo como que ya sabías. Mira tu planilla de horarios. Pregúntate cómo cuernos caíste ahí. El ordenador se equivocó, parece. Empiezas a levantarte para salir pero no lo haces. Las colas en la oficina de inscripción esta semana son larguísimas. Quizás deberías aferrarte a este error. Quizás la escritura creativa no sea tan mala. Quizás sea el destino. Quizás esto es lo que quiso decir tu padre cuando dijo: “Esta es la era de las computadoras, Francie, esta es la era de las computadoras".
Decide que te gusta la universidad. En tu residencia conoces gente agradable. Algunos son más inteligentes que tú. Y algunos, te das cuenta, son más estúpidos. Continuarás viendo el mundo en estos términos, lamentablemente, el resto de tu vida.
La tarea de Escritura Creativa de esta semana es narrar un hecho violento. Entrega una historia sobre cómo conduce tu tío Gordon y otra sobre dos ancianos que se electrocutan accidentalmente cuando tocan una lámpara de escritorio que tiene un cable pelado. El profesor te devolverá los textos con comentarios: “Tu escritura es fluida y enérgica. Pero lamentablemente tus tramas son absurdas.” Escribe otra historia sobre un hombre y una mujer que, en el primer párrafo, son acribillados de la cintura para abajo debido a una explosión con dinamita. En el segundo párrafo, con el dinero del seguro, compran un puesto para vender helados. Hay seis párrafos más. Lees el texto completo en voz alta para la clase. A nadie le gusta. Dicen que tus tramas son exageradas y gratuitas. Después de clase alguien te pregunta si estás loca.
Decide que quizás deberías probar con la comedia. Empieza a salir con alguien divertido, alguien que tiene lo que en el instituto describías como “un sentido del humor buenísimo” y que ahora la gente de la clase de escritura creativa describe como “auto-indulgencia que toma forma cómica”. Anota todas sus bromas, pero no le digas que lo haces. Construye anagramas con el nombre de su exnovia, ponle esos nombres a todos los personajes con problemas de sociabilidad y observa lo divertido que es él, observa qué sentido del humor buenísimo tiene.
Tu orientador académico te señala que estás descuidando las clases de psicología. Lo que te consume la mayor parte del tiempo no es de tu especialidad. Di que sí, que lo entiendes.
En las clases de escritura creativa de los próximos dos años todos siguen fumando y preguntando las mismas preguntas: “Pero, ¿funciona?”, “¿Por qué debería importarnos lo que le pasa a ese personaje?”, “¿Te ganaste el derecho a usar ese lugar común?” Parecen ser preguntas importantes.
Los días en los que te toca a ti, miras a la clase con esperanza mientras buscan la trama en las hojas fotocopiadas, frunciendo el ceño. Te miran, aspiran el humo con intensidad, y luego te sonríen dulcemente.
Pasas demasiado tiempo abatida y desmoralizada. Tu novio sugiere que salgas a andar en bicicleta. Tu compañera de cuarto sugiere que cambies de novio. Te dicen que te estás autocastigando y perdiendo peso, pero continúas escribiendo. La única felicidad que tienes es escribir algo nuevo, en medio de la noche, con las axilas sudadas, el corazón golpeando fuerte, algo que todavía nadie leyó. Lo único que tienes son esos breves, frágiles, incontrastables momentos de éxtasis en los que sabes: eres un genio. Date cuenta de lo que tienes que hacer. Cambia de carrera. Los chicos de la guardería se entristecerán, pero tienes una vocación, una urgencia, una falsa ilusión, un hábito desafortunado. Estás, como diría tu madre, juntándote con gente que no te conviene.
¿Por qué escribir? ¿De dónde viene la escritura? Estas son preguntas que te haces a ti misma. Se parecen a: ¿De dónde viene el polvo? O: ¿Por qué hay guerras? O: Si hay un Dios, ¿por qué mi hermano es ahora un paralítico?
El profesor de este semestre enfatiza en el Poder de la Imaginación. Eso significa que no quiere largas historias descriptivas sobre tu viaje de campamento de julio pasado. Quiere que empieces en un contexto realista para luego alterarlo. Como si recombinaras ADN. Quiere que dejes vagar a tu imaginación, y que tus velas se hinchen como una barriga. Esto último es una cita de Shakespeare.
Cuéntale a tu compañera de cuarto tu gran idea, tu gran ejercicio de poder imaginativo: una transformación de Melville a la vida contemporánea. Será sobre la monomanía y sobre el mundo pez-grande-come-pez-chico de las compañías de seguros de Rochester, New York. La primera línea será: “Llámame Pezchico”, y tratará sobre un hombre casado, andropáusico y suburbano, llamado Richard, a quién, como está todo el tiempo deprimido, su ingeniosa esposa llama “Mufi Dick”. Dile a tu compañera de cuarto: “Mufi Dick, ¿entiendes?”. Tu compañera de cuarto te mira, su cara es blanca como un Kleenex. Viene hasta ti, con aire amistoso y pone su brazo en tu espalda encorvada. “Escúchame, Francie”, dice lentamente, como si fuera tu foniatra. “Salgamos a tomar una cerveza”.
A la gente de la clase tampoco le gusta esta historia. Sospechas que están empezando a sentir lástima por ti. Ellos dicen: “Tienes que pensar en lo que pasa. ¿Cuál es la historia ahí?”.
El semestre siguiente el profesor está obsesionado con escribir a partir de experiencias personales. Tienes que escribir sobre lo que sabes, basándote en algo que te pasó. Quiere muertes, quiere viajes de campamento. Reflexiona sobre lo que te ha pasado. En los últimos tres años pasaron tres cosas: perdiste tu virginidad; tus padres se divorciaron; y tu hermano volvió de un bosque a 15 kilómetros de la frontera con Camboya con sólo la mitad de su muslo y una mueca permanente anidada en un lado de la boca.
Sobre la primera cosa escribes: “Creó un nuevo espacio, que dolió y gritó con una voz que no era mía: ‘No soy más la que era, pero voy a estar bien’”.
Sobre lo último no escribes nada. No hay palabras para eso. Tu máquina de escribir zumba. No puedes encontrar palabras.
En las fiestas de la universidad, la gente dice: “Ah, ¿escribes? ¿sobre qué escribes?”. Tu compañera de cuarto, que ha tomado mucho vino, comido muy poco queso y casi ninguna galletita, dice: “Por dios, siempre escribe sobre el idiota del novio”.
Más tarde aprenderás que los escritores son simplemente textos abiertos e indefensos, sin ningún entendimiento de lo que han escrito y que, por lo tanto, deben confiar en cualquier cosa que se diga de ellos. Tú, en cambio, no has alcanzado ese nivel de refinamiento literario. Te pones rígida y dices: “No hago eso”, de la misma manera en la que se lo dijiste a alguien en cuarto grado cuando te acusó de disfrutar en las clases de oboe y dijo que no eran tus padres los que te forzaban a tomarlas.
Insiste con que no estás muy interesada en ningún tema en particular, que estás interesada en la música del lenguaje, que estás interesada en..., en..., sílabas, porque son los átomos de la poesía, las células de la mente, la respiración del alma. Empieza a sentirte mareada. Fija la vista en tu vaso de plástico lleno de vino.
“¿Sílabas?”, escucharás que alguien pregunta, a la distancia, alejándose lentamente hacia la seguridad de la fuente de salsa.
Comienza a preguntarte sobre qué escribes en realidad. O si tienes algo para contar. O si existe eso que llaman “algo que decir”. Limita tus pensamientos a no más de diez minutos al día; como las flexiones, pueden hacerte adelgazar.
Tu madre vendrá a visitarte. Examinará los círculos debajo de tus ojos y te entregará un libro marrón con un portafolios marrón en la tapa. Se llama: Cómo convertirse en una Ejecutiva de Negocios. También trajo la enciclopedia “Nombres para su bebé”, que tú misma le pediste; uno de tus personajes, la maestra de primaria/payaso, necesita un nombre. Tu madre sacudirá la cabeza y dirá: “Francie, Francie, ¿te acuerdas cuando ibas a ser psicóloga infantil?”
Ella dirá: “Claro que te gusta escribir. Por supuesto. Claro que te gusta escribir.”
Gracias a dios estás cursandp también otras asignaturas. Puedes encontrar refugio en los enredos ontológicos del siglo XIX y en los rituales de apareo de los invertebrados. Algunos moluscos globulares practican lo que se denomina “Sexo por el brazo”. El pulpo macho, por ejemplo, pierde el extremo de su brazo cuando lo introduce en el cuerpo de la hembra durante el coito. Los biólogos marinos lo llaman “Séptimo cielo”. Alégrate de saber estas cosas. Alégrate de no ser solo una escritora. Inscríbete en la facultad de Derecho.
A partir de aquí pueden pasar muchas cosas. Pero la principal es ésta: decides no empezar abogacía después de todo, y, en cambio, pasas una gran parte de tu vida adulta diciéndole a la gente cómo decidiste al final no empezar abogacía.
De alguna manera terminas escribiendo de nuevo. Quizás haces una licenciatura. Quizás tomas trabajos temporales y clases de escritura por la noche. Quizás trabajas y escribes todos los comentarios interesantes y las confesiones íntimas que escuchas durante el día. Quizás estás perdiendo a tus amigos, a tus conocidos, tu equilibrio.
Te peleaste con tu novio. Ahora sales con hombres que, en vez de susurrarte “Te quiero”, gritan: “Hagámoslo, nena”. Esto es bueno para tu escritura.
Abandona las clases. Abandona los trabajos. Retira los ahorros del banco. Ahora tienes tanto tiempo como picazón en las manos. Lentamente copia todas las direcciones de tus amigos en una nueva agenda.
Pasa la aspiradora. Mastica chicles para la tos. Guarda una carpeta llena de notas.
Un párpado oscureciéndose en el costado.
El mundo como conspiración.
¿Argumento posible? Una mujer sube al autobús.
Imagínate que organizas una historia de amor y nadie viene.
En casa toma mucho café. En el Howard Johnson pide ensalada de repollo. Piensa cómo la ensalada se parece a un mapa hecho papel picado: dónde estuviste, hacia dónde vas: “Usted está aquí”, dice la estrella roja en la parte de atrás del menú.
Ocasionalmente una cita, con la cara blanca como un papel, te pregunta si los escritores se desaniman con frecuencia. Contesta que a veces se desaniman y a veces no. Di que se parece mucho a tener la polio.
“Interesante”, sonríe tu cita, y luego mira los pelos de su brazo y empieza a alisarlos, todos, siempre, en la misma dirección.

¿Así que quieres ser escritor? Por Charles Bukowski

Si no te sale ardiendo de dentro,
a pesar de todo,
no lo hagas.

A no ser que salga espontáneamente de tu corazón
y de tu mente y de tu boca
y de tus tripas,
no lo hagas.

Si tienes que sentarte durante horas
con la mirada fija en la pantalla del ordenador
o clavado en tu máquina de escribir
buscando las palabras,
no lo hagas.

Si lo haces por dinero o fama,
no lo hagas.
Si lo haces porque quieres mujeres en tu cama,
no lo hagas.

Si tienes que sentarte
y reescribirlo una y otra vez,
no lo hagas.

Si te cansa sólo pensar en hacerlo,
no lo hagas.
Si estás intentando escribir
como cualquier otro, olvídalo.

Si tienes que esperar a que salga rugiendo de ti,
espera pacientemente.
Si nunca sale rugiendo de ti, haz otra cosa.

Si primero tienes que leerlo a tu esposa
o a tu novia o a tu novio
o a tus padres o a cualquiera,
no estás preparado.

No seas como tantos escritores,
no seas como tantos miles de
personas que se llaman a sí mismos escritores,
no seas soso y aburrido y pretencioso,
no te consumas en tu amor propio.
Las bibliotecas del mundo
bostezan hasta dormirse
con esa gente.
No seas uno de ellos.
No lo hagas.

A no ser que salga de tu alma
como un cohete,
a no ser que quedarte quieto
pudiera llevarte a la locura,
al suicidio o al asesinato,
no lo hagas.

A no ser que el sol dentro de ti
esté quemando tus tripas, no lo hagas.
Cuando sea verdaderamente el momento,
y si has sido elegido,
sucederá por sí solo y
seguirá sucediendo hasta que mueras
o hasta que muera en ti.

No hay otro camino.
Y nunca lo hubo.