lunes, 29 de agosto de 2022

"Nos han dado la tierra", short story by Juan Rulfo (México, 1918-1986)

        Después de tantas horas de caminar sin encontrar ni una sombra de árbol, ni una semilla de árbol, ni una raíz de nada, se oye el ladrar de los perros.
        Uno ha creído a veces, en medio de este camino sin orillas, que nada habría después; que no se podría encontrar nada al otro lado, al final de esta llanura rajada de grietas y de arroyos secos. Pero si, hay algo. Hay un pueblo. Se oye que ladran los perros y se siente en el aire el olor del humo, y se saborea ese olor de la gente como si fuera una esperanza.
        Pero el pueblo está todavía muy allá. Es el viento el que lo acerca.
        Hemos venido caminando desde el amanecer. Ahorita son algo así como las cuatro de la tarde. Alguien se asoma al cielo, estira los ojos hacia donde está colgado el sol y dice:
        —Son como las cuatro de la tarde.
        Ese alguien es Melitón. Junto con él, vamos Faustino, Esteban y yo. Somos cuatro. Yo los cuento: dos adelante, otros dos atrás. Miro más atrás y no veo a nadie. Entonces me digo: "Somos cuatro." Hace rato, como a eso de las once, éramos veintitantos; pero puñito a puñito se han ido desperdigando hasta quedar nada más este nudo que somos nosotros.
         Faustino dice:
        —Puede que llueva.
        Todos levantamos la cara y miramos una nube negra y pesada que pasa por encima de nuestras cabezas. Y pensamos: “Puede que sí.”
        No decimos lo que pensamos. Hace ya tiempo que se nos acabaron las ganas de hablar. Se nos acabaron con el calor. Uno platicaría muy a gusto en otra parte, pero aquí cuesta trabajo. Uno platica aquí y las palabras se calientan en la boca con el calor de afuera, y se le resecan a uno en la lengua hasta que acaban con el resuello. Aquí así son las cosas. Por eso a nadie le da por platicar.
        Cae una gota de agua, grande, gorda, haciendo un agujero en la tierra y dejando una plasta como la de un salivazo. Cae sola. Nosotros esperamos a que sigan cayendo más. No llueve. Ahora si se mira el cielo se ve a la nube aguacera corriéndose muy lejos, a toda prisa. El viento que viene del pueblo se le arrima empujándola contra las sombras azules de los cerros. Y a la gota caída por equivocación se la come la tierra y la desaparece en su sed,
        ¿Quién diablos haría este llano tan grande? ¿Para qué sirve, eh?
        Hemos vuelto a caminar. Nos habíamos detenido para ver llover. No llovió. Ahora volvemos a caminar. Y a mí se me ocurre que hemos caminado más de lo que llevamos andado. Se me ocurre eso. De haber llovido quizá se me ocurrieran otras cosas. Con todo, yo sé que desde que yo era muchacho, no vi llover nunca sobre el Llano, lo que se llama llover.
        No, el Llano no es cosa que sirva. No hay ni conejos ni pájaros. No hay nada. A no ser unos cuantos huizaches trespeleques y una que otra manchita de zacate con las hojas enroscadas; a no ser eso, no hay nada.
        Y por aquí vamos nosotros. Los cuatro a pie. Antes andábamos a caballo y traíamos terciada una carabina. Ahora no traemos ni siquiera la carabina.
        Yo siempre he pensado que en eso de quitarnos la carabina hicieron bien. Por acá resulta peligroso andar armado. Lo matan a uno sin avisarle, viéndolo a toda hora con “la 30” amarrada a las correas. Pero los caballos son otro asunto. De venir a caballo ya hubiéramos probado el agua verde del río, y paseado nuestros estómagos por las calles del pueblo para que se les bajara la comida. Ya lo hubiéramos hecho de tener todos aquellos caballos que teníamos. Pero también nos quitaron los caballos junto con la carabina.
        Vuelvo hacia todos lados y miro el Llano. Tanta y tamaña tierra para nada. Se le resbalan a uno los ojos al no encontrar cosa que los detenga. Sólo unas cuantas lagartijas salen a asomar la cabeza por encima de sus agujeros, y luego que sienten la tatema del sol corren a esconderse en la sombrita de una piedra. Pero nosotros, cuando tengamos que trabajar aquí, ¿qué haremos para enfriarnos del sol eh? Porque a nosotros nos dieron esta costra de tepetate para que la sembráramos.
        Nos dijeron:
        —Del pueblo para acá es de ustedes.
        Nosotros preguntamos:
        —¿El Llano?
        —Sí, el Llano. Todo el Llano Grande.
        Nosotros paramos la jeta para decir que el Llano no lo queríamos. Que queríamos lo que estaba junto al río. Del río para allá, por las vegas, donde están esos árboles llamados casuarinas y las paraneras y la tierra buena. No este duro pellejo de vaca que se llama el Llano.
        Pero no nos dejaron decir nuestras cosas. El delegado no venía a conversar con nosotros. Nos puso los papeles en la mano y nos dijo:
        —No se vayan a asustar por tener tanto terreno para ustedes solos.
        —Es que el Llano, señor delegado...
        —Son miles y miles de yuntas.
        —Pero no hay agua. Ni siquiera para hacer un buche hay agua.
        ¿Y el temporal? Nadie les dijo que se les iba a dotar con tierras de riego. En cuanto allí llueva, se levantará el maíz como si lo estiraran.
        —Pero, señor delegado, la tierra está deslavada, dura. No creemos que el arado se entierre en esa como cantera que es la tierra del Llano. Habría que hacer agujeros con el azadón para sembrar la semilla y ni aun así es positivo que nazca nada; ni maíz ni nada nacerá.
        —Eso manifiéstenlo por escrito. Y ahora váyanse. Es al latifundio al que tienen que atacar, no al Gobierno que les da la tierra.
        —Espérenos usted, señor delegado. Nosotros no hemos dicho nada contra el Centro. Todo es contra el Llano... No se puede contra lo que no se puede. Eso es lo que hemos dicho... Espérenos usted para explicarle. Mire, vamos a comenzar por donde íbamos...
        Pero él no nos quiso oír.
        Así nos han dado esta tierra. Y en este comal acalorado quieren que sembremos semillas de algo, para ver si algo retoña y se levanta. Pero nada se levantará de aquí. Ni zopilotes. Uno los ve allá cada y cuando, muy arriba, volando a la carrera; tratando de salir lo más pronto posible de este blanco terrenal endurecido, donde nada se mueve y por donde uno camina como reculando.
        Melitón dice:
        —Esta es la tierra que nos han dado.
        Faustino dice:
        —¿Qué?
        Yo no digo nada. Yo pienso: “Melitón no tiene la cabeza en su lugar. Ha de ser el calor el que lo hace hablar así. El calor, que le ha traspasado el sombrero y le ha calentado la cabeza. Y si no, ¿por qué dice lo que dice? ¿Cuál tierra nos ha dado, Melitón? Aquí no hay ni la tantita que necesitaría el viento para jugar a los remolinos.”
        Melitón vuelve a decir:
        —Servirá de algo. Servirá aunque sea para correr yeguas .
        —¿Cuáles yeguas? —le pregunta Esteban.
        Yo no me había fijado bien a bien en Esteban. Ahora que habla, me fijo en él.
        Lleva puesto un gabán que le llega al ombligo, y debajo del gabán saca la cabeza algo así como una gallina.
        Sí, es una gallina colorada la que lleva Esteban debajo del gabán. Se le ven los ojos dormidos y el pico abierto como si bostezara. Yo le pregunto:
        —Oye, Teban, ¿dónde pepenaste esa gallina?
        —Es la mía dice él.
        —No la traías antes. ¿Dónde la mercaste, eh?
        —No la merque, es la gallina de mi corral.
        —Entonces te la trajiste de bastimento, ¿no?
        —No, la traigo para cuidarla. Mi casa se quedó sola y sin nadie para que le diera de comer; por eso me la traje. Siempre que salgo lejos cargo con ella.
        —Allí escondida se te va a ahogar. Mejor sácala al aire.
        Él se la acomoda debajo del brazo y le sopla el aire caliente de su boca. Luego dice:
        —Estamos llegando al derrumbadero.
        Yo ya no oigo lo que sigue diciendo Esteban. Nos hemos puesto en fila para bajar la barranca y él va mero adelante. Se ve que ha agarrado a la gallina por las patas y la zangolotea a cada rato, para no, golpearle la cabeza contra las piedras.
        Conforme bajamos, la tierra se hace buena. Sube polvo desde nosotros como si fuera un atajo de mulas lo que bajará por allí; pero nos gusta llenarnos de polvo. Nos gusta. Después de venir durante once horas pisando la dureza del Llano, nos sentimos muy a gusto envueltos en aquella cosa que brinca sobre nosotros y sabe a tierra.
        Por encima del río, sobre las copas verdes de las casuarinas, vuelan parvadas de chachalacas verdes. Eso también es lo que nos gusta.
        Ahora los ladridos de los perros se oyen aquí, junto a nosotros, y es que el viento que viene del pueblo retacha en la barranca y la llena de todos sus ruidos.
        Esteban ha vuelto a abrazar su gallina cuando nos acercamos a las primeras casas. Le desata las patas para desentumecerla, y luego él y su gallina desaparecen detrás de unos tepemezquites.
        —¡Por aquí arriendo yo! —nos dice Esteban.
        Nosotros seguimos adelante, más adentro del pueblo.
        La tierra que nos han dado está allá arriba.


Originalmente publicado en la revista Pan (de Guadalajara)
Nº 2, julio, 1945
(El llano en llamas, 1953)

Quiltras' worldwide synonyms

Quiltra, quiltro: Chile
Vira lata: Brasil
Embwa: Uganda
Cane randagio / Cani randagi: Italy
Stray dog: USA
Chusco or Chusca: Perú

martes, 23 de agosto de 2022

Poem to Take the Belt Out of My Dad’s Hands, poem by José Olivarez translated from English by Arelis Uribe

Poem to Take the Belt Out of My Dad’s Hands

in this story, he is wearing the belt instead of bringing it down. my ass
stays soft. my head hard. in this story, the belt hangs in his closet. i snatch
it & bury it. in this story, the belt acts alone. it is not his hands. he is
watching TV. SportsCenter or whatever. he would stop the belt if he could.
in this story, i grab the belt & beat myself with it—in this story, it is my
own hands. his hands stay innocent. i stand above myself and it is for my
own good. in this story, i bury the leather belt in a cement coffin. i eat a
whole cow and wear the skin like a luxurious silk. in this story, i am wait-
ing for the whip. in this story, i am already crying. in this story, he doesn’t
reach for the belt. the belt is buried. he reaches for my head and rubs it.
soft. he says it’s okay. in this story, there is no but.
this story ends here. my dad. me. still under his hands. still crying.


Poem para quitar la correa de las manos de papá


en esta historia, él se deja la correa puesta en vez de quitársela. mi culo
permanece suave. mi cabeza, dura. en esta historia, la correa cuelga en el clóset.
la robo & la entierro. en esta historia, la correa actúa sola. no son sus manos. él
está viendo tele. SportsCenter o algo así. él detendría a la correa si pudiera.
en esta historia, agarro la correa y me azoto yo mismo—en esta historia, son
mis propias manos. sus manos quedan inocentes. estoy por sobre mí por mi
propio bien. en esta historia, entierro la correa de cuero en un ataúd de concreto.
me devoro una vaca completa y visto su piel como lujosa seda. en esta historia, estoy
esperando el latigazo. en esta historia, ya estoy llorando. en esta historia, él no
toma la correa. la correa está sepultada. él toma mi cabeza y la acaricia.
suavemente. dice que todo está bien. en esta historia, no hay peros.
aquí termina esta historia. mi papá. yo. aún en sus manos. aún llorando.

lunes, 15 de agosto de 2022

Las Horas II (Todo lo iguana que se puede), poem by Carlos Pellicer

La tierra es como el cielo. Todo es fruto
de una máquina de soledad. El viento
campea displiciente. Nada tiene
sino una enorme juventud. El tiempo
carece de estatura. Por el día
pasa la flecha de todo lo que hiere.

El lugar de las cosas sobrevive
a cada instante. De una palmera salen
altas sonrisas y el agua sonríe
la tristeza. Quieto a fondo, miro
la destrucción de mi espesura.

Y es la tierra, mi tierra, el polvo mío,
el árbol de la noche sollozada,
las puntuales blancuras de la garza,
las luces de mis ojos,
el trayecto de una mirada a otra mirada.
El cielo que vuela de mis ojos a los cielos
de unos ojos terrestres
y las nubes que desbordan el canto.

Nada vive para morir sin dar.
En todo encuentro algo de mí
y en todo vivo y muero.
Estoy todo lo iguana que se puede,
desde el principio al fin.
Hay ya un lucero.


Villahermosa, una vez de octubre de 1966.

viernes, 12 de agosto de 2022

miércoles, 3 de agosto de 2022

Editorial Negra: Chilean pocket poetry echoing in New York City (article by Arelis Uribe)

Photo: Daniel Wang @dwangphoto

In early 2019, I was at a crossroads moment in my life: living in Chile and recently recieving a scholarship to move to NYC within six months, however, this amazing gift was preventing me of finding a regular job in my hometown. Excited about the future but desperately unemployed, an idea occurred to me: creating art. Particularly, making up zines.

I'd heard about zines before—some friends I met in college printed their own drawings and poems, and photocopied them, merely for spreading creativity. After graduation, I started work as a journalist and author and later on I published my debut in fiction “Quiltras,” a collection of stories that has been highly praised by critics in Chile and abroad. Thus, once I was invited to host a writing course, which finished with a zines workshop where I learned how to make the classic one-page format.

Thereby, jobless in 2019 I fancied: What if I make and sell zines?

Since I couldn't think of anything new to write, I picked my favorite tweets. Are you on Twitter? It's microblogging on social media, and back in 2019 only 140 characters per tweet were permitted. I used every tweet as a verse, arranged them by topics—love, friendship, drugs, politics, feminism—and made up what I called "poetweets." Illustrations by Sofía Flores were added through friendly collaboration, and Vicenta Mendoza designed it as a one-page zine. I titled the piece "Cosas que pienso mientras fumo marihuana" (Things I Think When I Smoke Weed) for sounded funny to me and by then I used to be such a pothead. I'm rehabbed now.

Long story short: I printed a thousand copies, and sold them all out.

 I paid my bills and went off to New York.

After landing in the big city, I restarted the project, this time founding a pocket poetry imprint: Editorial Negra. Allison Braden and Patricio Baeza translated my poems into English. I visited Endless Editions (a risograph studio in midtown, nearby The New York Times) and printed a thousand zines again, both in English and Spanish.

Afterward, I published another title "Everything Fits Harmoniously Into Everything Else," pocket poetry by Hernán Miranda. He's a Chilean poet born in 1941, who was my professor at Journalism School. I've always been fond of his oeuvre, so wanted to spread it among New Yorkers. Same story: I picked my favorite poems by him, Allison Braden translated them from Spanish, Jenny Frias aka Siempre Gótica drew the illustrations, and Maritza Piña designed it. A thousand copies were printed in fluor pink risograph at Endless Editions.

That was September 2019. One month later, Chile started burning all down.

On October 18th, 2019, the Chilean people rose up against a system that has privatized social rights and divided the country into a rich privileged class and an impoverished working class. Whole families went onto the streets to protest. The government's response was police brutality. Cops shot directly into the population’s eyes. Now there are hundreds of half or completely blind citizens by the Chilean state. I'd recently moved to NYC, witnessing all this on social media or in the news. 

Devastated by the idea of being away from home and safe from bullets, I used art as my weapon and contribution to the revolution: Editorial Negra made an open call for poetry regarding the Chilean uprising, and blissfully we’d got more than a hundred manuscripts.

Authors Macarena Araya and Francisca Molina helped out in selecting the pieces for the zine. I wished to include as many poems as I could, so repeated the technique used for my own zine: I picked my favorite verses by different authors and shaped them into collective poems. This congregated style also sounded like a metaphor for revolution to me: something we hold up together. Later I learned this artistry is known as "centón" in the Hispanic literary tradition.

Last, the same team was assembled: translator Allison Braden, illustrator and designer Maritza Piña. A thousand units of “Nuestro Fuego” / “Our Fire” were printed in Endless Editions, two hundred of them were gifted for free in Santiago de Chile.

Now, I'm an art book-maker. I go to fair upon fair selling my zines. Still pay my bills.

​*This​ article was originally published en La Revista: https://www.larevista.nyc/editorialnegra