viernes, 19 de mayo de 2023

La señorita Luisa y su curso de 12 mil habitantes


Luisa Tamayo estudió en las extintas Escuelas Normalistas y dejó su Santiago natal para enseñar a leer en la escuela rural de Codegua, un pueblo que no aparecía en el mapa y de donde llegó a ser regidora. Después del ‘73, fue perseguida por militante y educadora. Luisa se salvó de la dictadura; la educación no.

Luisa Tamayo (78) hace clases en el mismo pueblo desde los años 50. Donde quiera que va, la saludan con un “¡Señorita Luisa! ¿Se acuerda de mí? Yo fui alumno suyo”. En 1976 esa anécdota llegó al extremo. Dormía con su marido y la puerta sonó con golpes fuertes. Eran los militares. Con la vista vendada y junto a otros secuestrados, los llevaron a un terreno baldío. Los golpearon y les aplicaron electricidad. “Me preguntaban cosas, de mi marido, de mí. Fue terrible. Me aplicaron corriente en las manos. Me hacían tomar unos alambres con corriente y yo los soltaba altiro y el militar me retaba qué se imagina, tómelos de nuevo. Entonces yo le digo ¿por qué me trata tan mal si usted no me conoce? Y él me dice, no te vengas a hacer la linda, porque yo te conozco. Y cuando habla, yo le conozco la voz. Ése había sido alumno mío”.

Luisa ha dedicado más de 50 de sus 78 años a enseñar a leer a los estudiantes de Codegua, un pueblo chico y algo olvidado en la Sexta Región. Con sus 12 mil habitantes, no destaca por sus méritos escolares. Es la única escuela pública para varones en Codegua y Luisa Tamayo se esmeraba para que estos pequeños aprendieran cosas que sus padres campesinos nunca pudieron.

Luisa se formó en las ya extintas Escuelas Normalistas, que poseían un método de formación de profesores cuyos ejes están vigentes en países como Finlandia: una profunda vocación de ingreso, complementada con clases teóricas y prácticas desde los primeros años de formación. En la Escuela Normal de Luisa, la pedagogía se impartía en seis años a jornada completa, con práctica observada desde el primer nivel. Era educación pública, gratuita y de calidad, en palabras de Luisa, características que hoy ella ya no reconoce en Chile.

Aunque está jubilada, en el 2012 la invitaron a nivelar a niños de primero a sexto año que no sabían leer. Como profesora especializada en alfabetización, que incluso desarrolló su propio silabario, la situación era terrible y ejemplificadora de las carencias de un modelo educativo que progresivamente se ha instalado en las aulas chilenas. Los profesores, piensa ella, no enseñan porque en realidad ellos mismos reciben una pésima formación. Para Luisa, giros como la municipalización, el lucro y el cierre de las Escuelas Normalistas en pos de que cualquier institución pueda impartir la pedagogía, han mermado el sistema educativo, lo que se puede reconocer en un gesto tan sencillo como que niños de diez años no tengan idea de cómo se hace una letra manuscrita.

Como buena profesora, Luisa no es adinerada. Nunca lo ha sido, sus padres también fueron profesores. En su casa de niña en Santiago Centro, se comía lo que había y siempre se hablaba de política, de arte, y de educación. Su niñez la pasó dibujando y jugando a ser profesora con su hermana gemela, Odilia. Fueron nueve hermanos en total y la necesidad obligó a la mamá de Luisa a dejar de trabajar y convertir su casa en un colegio de nueve alumnos. De los nueve hermanos, siete se convirtieron en profesores.

Luisa entró a la Escuela Normal de Recoleta con su gemela. Egresó a los 21 años y le costó encontrar trabajo. “Un día me encontré con una profesora de la Escuela Normal y me dice, mijita, ¿todavía no empiezas a trabajar? No, le respondo, es que no he encontrado dónde. Me ofrecen algo en Codegua, pero no sé dónde queda, no he podido encontrarlo en el mapa. Y ella se larga a reír y me dice, pero si yo soy de Codegua, mijita”.

PUEBLO CHICO


Era el año 58 y Luisa se instaló en una pensión. Quería tener un perfil bajo, no quería pololear ni hacer vida social, quería dedicarse a enseñar. No había pasado un año y la profesora ya estaba involucrada en la formación de centros culturales y en una escuela para alfabetizar a los apoderados de su colegio. Pero pueblo chico, infierno grande, Luisa encontró su primer enemigo: un latifundista que no veía con buenos ojos que sus peones aprendieran a leer. Entonces trató de sacarla del camino de diferentes formas.

-Yo no sabía, pero incluso le pagó a jóvenes para que me sedujeran, porque en esa época, si una no estaba casada y se embarazaba, perdía el trabajo- recuerda Luisa.

Entre los muchos jóvenes que se le acercaron, la abordó Ismael Mena, huaso de campo, siete años menor que ella y que no terminó el colegio. “Yo sé que usted no quiere pololear, por eso yo me quiero casar con usted”, le dijo. Después de cortejarla por un tiempo, comenzaron a pololear y en menos de un año Luisa e Ismael se casaron. Tuvieron tres hijos y un matrimonio que duró hasta la muerte de Ismael, hace un par de años. Sin sospecharlo, la honesta admiración y afición de Ismael por Luisa sacó del camino a los huasos que perseguían a la profesora por la plata del latifundista.

En sus más de 40 años de casados, se apoyaron mutuamente. Luisa le enseñaba y celebraba la naturaleza inquieta de Ismael, que reparaba la casa y aprendía oficios con facilidad. Él la estimuló siempre, incluso cuando Luisa, durante la primera campaña presidencial de Allende, dejó atrás su hermetismo político y se lanzó como regidora de Codegua. Fue electa con la primera mayoría y desde entonces no sólo estuvo a cargo de enseñar a leer en la escuela pública, ahora estaba dentro del grupo que podía decidir sobre cuestiones más profundas. Se pavimentaron calles, se creó alumbrado público y se propuso la iniciativa que más la enorgullece: promover que Codegua se separara de Graneros y fuera una comuna independiente. El año 70 fue reelecta. El dueño del fundo se indignó todavía más. “Este pueblo se volvió puro comunismo”, dijo antes de abandonar el pueblo para siempre.

Ésa era la Luisa de 1973, profesora de escuela pública, regidora por el partido comunista y con fama de preocuparse por Codegua. Aunque el latifundista nunca más la molestó, en el año del golpe aparecieron nuevos problemas en su vida.

El mismo año 73 detuvieron a Ismael. Ella, por miedo a represalias mayores, prefirió entregarse. Dejó a sus hijos con su suegra e ingresó a una prisión custodiada por monjas en Rancagua. Como eran convictas políticas y no comunes, la relación con las monjas era más horizontal y menos violenta. “A los tres meses me dijeron que me iban a liberar. Me llevaron a la intendencia y estuve allí por horas, sin comer y con un milico haciéndome burla porque no aparecían mis papeles, lo que significaba que yo iba a desaparecer. Buscaron por horas y finalmente llega el milico y me dice, Señora Luisa, sus papeles no aparecen, pero le vamos a dar la libertad por una sola razón: sabemos de muy buena fuente que usted está embarazada. Pero la embarazada, en realidad, era mi hermana gemela”. Ese futuro sobrino, sin saberlo, salvó a Luisa de la desaparición.

Luisa bajó el perfil, pero la dictadura encontró nuevas formas de hacerse presente. “Después de salir de la cárcel, también me sacaron de la escuela. Tomaron a un profesor que trabajaba en una escuela particular y le dieron a él mi lugar en la escuela pública. Fue tan humillante. Tenía que ir a pie al colegio privado, ocho kilómetros de ida y ocho de vuelta, todos los días durante seis años. Menos mal que era buena para caminar”.

Mientras Luisa padecía la dictadura en lo cotidiano, Pinochet tomaba decisiones que repercutían a nivel nacional. La municipalización, que profundiza la brecha entre colegios de comunas ricas y pobres; el incentivo a la privatización de la educación superior, que tiene como consecuencia una enorme cantidad de universitarios endeudados, entre otros antecedentes, que explotaron en las demandas estudiantiles de 2006 y 2011.

Los años en que Luisa enseñó a leer a los hijos de los peones en la escuela pública de Codegua coinciden con el período en que los gobiernos chilenos tuvieron una política de Estado cuya meta era la alfabetización de las clases más pobres del país. Luisa recuerda: “siempre trabajé con cursos numerosos, con muy buenos resultados. La prueba está en que muchos de los niños que yo enseñé siguieron en la universidad. Ahora no se conocen niños que sigan estudiando acá en Codegua. No hay”. Hoy, Luisa y el modelo educativo que la formó están jubilados. Ella lo hizo voluntariamente; con la educación, en cambio, fue una cuestión forzosa.

The Clinic, 24 de Junio de 2014

El colombiano que ama locamente a Chile


César Dionisio es fanático de Chile. Es colombiano, pero desde chico que vive como chileno exiliado en su propio país. Su pasión empezó en el colegio, cuando le enseñaron historia de Latinoamérica y la de Chile -ésa que quieren cambiar en los libros- le pareció tan interesante como la Roma de Augusto. Desde entonces que soñó con viajar y conocer el Chile de Pinochet.


“Leí en ciencias sociales lo que pasó entre el 73 y el 90 y me llamó demasiado la atención, los desaparecidos, la economía, la política, la gente organizada para resistir”. En esa historia, César se identificó con los perdedores del golpe. Porque siempre, no importa la disciplina o el país, César apoya al equipo que juega de rojo. También en el fútbol. “A mis diez años, cuando veía partidos en la tele, siempre apoyaba a Chile. Cuando ganaban, era feliz; cuando perdían, lo que era la mayoría del tiempo, sufría”.

En años sin Google, César leía diarios colombianos buscando a jugadores chilenos. Así supo que muchos cambiaban su camiseta roja por la blanca de Colo Colo. “De a poco entendí la rivalidad con los otros equipos y le agarré fobia al azul. Cuando salía a jugar a la pelota, mis amiguitos decían ‘yo soy de Nacional’, ‘yo de Millonarios’, ‘yo de América’ y yo decía que era del Colo Colo de Chile. Era raro, sin haberlos visto jamás en vivo, yo vivía como un niño chileno de once años, pero desde lejos”.

“POR FIN ME COMÍ UN COMPLETO”


La banda sonora del exilio de César la protagonizan Los Prisioneros. Los conoció a los cinco años, por un casete que había en su casa. A los 18 se encontró con Víctor Jara y Violeta Parra, a los 20 con Inti Illimani e Illapu. “Yo pensaba qué bacán la música, qué letra tan social, qué buena onda, y luego descubrí que muchas de esas canciones venían de Chile. Como que todos los caminos me guiaban allá”.

César quería estar en Chile, pero no tenía plata para viajar. Su consuelo era leer el papel digital de La Tercera todas las mañanas, ver a Los Prisioneros cuando estuvieron en Bogotá el 2002 o ir a La Fuente Chilena, el asilo gastronómico de los chilenos en Colombia. Allí ahogaba sus penas en chicha, con sus amigos chilenos que lo hacían sentir más cerca de su patria adoptiva. Allí también conoció a Eugenio, un chileno que tenía un grupito folclórico del que César fue el vocalista por casi un año. Con chupalla y poncho, al ritmo de “Chile, Chile lindo”, cantaba en eventos importantes, incluso una vez se presentaron ante el canciller chileno en Colombia. La alianza musical terminó por un cahuín de platas que incluía a la mamá de Eugenio y una demanda por pensión alimenticia. Un final bien a la chilena.

En el mapa metafísico de César, todas las rutas desembocan en Chile. No importa lo que haga, Chile se le aparece. En el 2005 recibió la señal definitiva. Su tía, que también vivía en Bogotá, se fue a vivir a Viña del Mar. “Junté plata y me fui. Llegué el 26 de diciembre, fue el mejor regalo de navidad de mi vida y el clímax de esta especie de película que ha sido mi camino a Chile… Cuando subí al avión, la musicalización de esa escena era Tren al Sur de Los Prisioneros: no ves que estoy contento, no ves que voy feliz, viajando en este… avión”, cuenta.

Una vez en Chile, el chileno exiliado le dio paso al colombiano turista: estuvo en el Reloj de Flores, posó frente a Salvador Allende en La Moneda y se tomó fotos en el Metro. “Hice lo típico y por fin me comí un completo. Después fui a La Victoria y a la tumba de Víctor Jara, que para un turista normal no tiene ningún atractivo, pero para mí fue increíble porque sé lo que significan. Incluso cada 16 de septiembre pongo una foto de Jara en mi perfil para homenajearlo”.

Con techo donde llegar, viajar fue más fácil. Volvió en el 2009, con pasaporte colombiano pero con más calle chilena. Ya no le cobraban de más en los taxis porque le hablaba a los choferes como chileno y andaba por las calles capitalinas usando su polera de Colo Colo. De ese viaje, se trajo su recuerdo favorito: la serie Los ‘80. “Le dije a mi familia que teníamos que verla y ahora están súper metidos, dicen ‘ay, qué va a pasar en el próximo capítulo’. Además nos parecemos a ellos, también somos tres hijos y mi hermano chico es como Félix, es muy divertido, porque en el capítulo del bigote, a mi hermano también se le estaba notando. Y ahora le decimos, ‘buena, Félix’”.

“Y VA A CAER”

En Los ‘80 César vio escenas de marchas y movilizaciones, que compara con las que hubo durante el 2011. “Cuando veo a los estudiantes, pienso en Los ‘80, en esas escenas de organización social reclamando la democracia. Que nuevamente cientos de miles se movilicen, ahora por una mejor educación y calidad de vida, es bonito e inspirador. Acá en Colombia también hubo un pequeño movimiento estudiantil, en sus marchas izaban banderas chilenas, reconociendo la motivación que ustedes les entregan”.

César conoce a los protagonistas del conflicto y aunque Adimark no lo considera en sus encuestas, opina igual que el 70% de los chilenos que desaprueban al presidente. “Me carga Piñera, escucharlo ya es una experiencia desagradable, por su discurso neoliberal y xenófobo y por esa arrogancia típica de la derecha chilena. Se cumple la ley de que entre más inapropiada es una persona para desempeñar un cargo, más se sostiene. Lo digo también por Hinzpeter y Labbé. Es espantoso que gente así esté gobernando”.

Comprometido con las demandas estudiantiles, viajó de nuevo a Chile para marchar durante el período más candente del movimiento. “Los resultados me van a beneficiar, porque si tengo un hijo chileno quiero que tenga educación gratuita y de calidad”. Por eso gritó “y va caer, y va caer la educación de Pinochet”, aguantó lacrimógenas y corrió por su vida.

¿Qué piensa tu familia de tu fanatismo chileno?
-Lo único que les preocupa es que los pasajes de avión son muy caros. Aunque igual aprenden porque les enseño sobre la idiosincrasia de los chilenos. De hecho, a veces sé más que los chilenos de su propio país. Para las presidenciales, yo sabía más de MEO, Arrate y Piñera que mi tía que vive en Chile. Como que ella no estaba ni ahí, se dedicaba al trabajo, a su hija y a comprar su marraqueta.

¿Y si te vienes a Chile para siempre?
-Sí, me gustaría, pero no tengo prisa. Primero tengo que terminar mi carrera, tengo 26 años y llevo nueve estudiando derecho. Después saldría de Colombia. Igual quiero seguir estudiando, no sé si en Europa o Brasil, pero me tinca Chile porque tendría harto terreno ganado. El problema es que cuesta mucha plata, eso sí que lo sé, que allá en Chile la educación no es gratis.

The Clinic, 2 de Abril de 2012

jueves, 18 de mayo de 2023

Verso por la niña muerta, song and poem by Violeta Parra*

Cuando yo salí de aquí
Dejé mi guagua en la cuna,
Creí que la mamita luna
Me la iba a cuidar a mí,
Pero como no fue así
Me lo dice en una carta
Pa'que el alma se me parta
Por no tenerla conmigo;
El mundo será testigo
Que hei de pagar esta falta.

La bauticé en la capilla,
Pa'que no quedara mora;
Cuando llegaba la aurora
Le enjuagaba las mejillas
Con agua de candelillas
Que dicen que es milagrosa.
Mas se deshojó la rosa;
Muy triste quedó la planta,
Como quedó la que canta
Su pena más dolorosa.

Llorando de noche y día
Se terminarán mis horas,
Perdóname, gran señora,
Digo a la virgen maría
No ha sido por culpa mía,
Yo me declaro inocente,
Lo sabe toda la gente
De que no soy mala maire,
Nunca pa'ella faltó el aire
Ni el agua de la vertiente.

Ahora no tengo consuelo
Vivo en pecado mortal,
Y amargas como la sal
Mis noches son un desvelo;
Es contar y no creerlo,
Parece que la estoy viendo,
Y más cuando estoy durmiendo
Se me viene a la memoria;
Ha de quedar en la historia
Mi pena y mi sufrimiento.

En otras ediciones (como la de Casa de las Américas), este poem se titula "Cuando yo salí de aquí", con un subtextito "Verso por confesión".