miércoles, 29 de junio de 2022

"El amigo chino", Leila Guerriero

El cartel flota en la noche de Buenos Aires como el ala de una mariposa seca: Supermercado Express, letras rojas sobre fondo verde. En la vereda, una pizarra anuncia que se aceptan tarjetas de crédito y débito. Tomates y naranjas brillan lustrosos frente a los carritos de metal que se usan para llevar pedidos a domicilio. Desde adentro, detrás de su pequeño mostrador, Ale, el dueño del supermercado, me ve y me saluda con un gesto. No lo dice, pero es como si lo dijera. Durante dos meses, en cada uno de nuestros encuentros, cada vez que lo llamaba por su nombre, Ale se daba vuelta y decía, decepcionado: «Ah, Leila».

Ale es chino, y sabe muchas cosas de mí. Cuando estoy en casa, cuando salgo de viaje, cuándo se termina mi dinero y cuándo no hay más comida en mi heladera. Técnicamente, y desde hace cinco años, Ale es el hombre que me alimenta. Lo veo más que a cualquiera de mis amigos, hablo con él dos o tres veces por semana, sabe que me gusta el queso estacionado y que no como nada que tenga ajo. Cuando hago un pedido por teléfono y olvido algo —pan, leche— me lo recuerda:

—¿Hoy no pan, hoy no leche?

Si le pido cuatrocientos gramos de jamón crudo se alarma:

—Muy caro. ¿Tanto quiere?

Conoce mi nombre, mi número de documento, mi profesión, el nombre del periódico donde trabajo, la dirección exacta de mi casa y la cantidad de gaseosa y pasta dental que consumo por semana.

En cambio yo (después de entrevistarlo una docena de veces, de citarlo en bares y hablar a hurtadillas en su lugar de trabajo para responder una pregunta simple: por qué vino de su China milenaria a estas jóvenes pampas del sur) todavía no sé —nunca sabré— nada de él.

***

La primera vez que lo vi fuera del supermercado fue en una confitería, luces dicroicas, plantas colgantes. El mozo trajo un jugo de naranja y nos miró con sorna, pero Ale, que desconoce el idioma mudo del desprecio, agradeció.

—Mucha gracia.

Después, dibujó la China sobre una servilleta de papel.

—Acá provincia Guandong. Acá provincia Fujian, mi provincia. Antes viene más gente de Guandong. Ahora viene más gente de Fujian, paisano mío.

Hace cinco años, Ale no se llamaba Ale sino Huang, pero dejó ese nombre con todas las cosas que dejó en la República Popular China, en su aldea de Fujian, ciento veinte mil kilómetros cuadrados —la mitad de la superficie de la provincia de Buenos Aires— donde se agolpan treinta y cinco millones de habitantes —el equivalente a los de toda la Argentina. Ale nació muy budista en aquel país donde se festejan el Festival de la Primavera y la Fiesta de las Linternas, donde la edad da prestigio y el tiempo se cuenta por ciclos lunares regulados por la naturaleza, y se mudó en el año 2000 a Buenos Aires, Argentina, donde los viejos son resaca, el tiempo se paga caro y la mayor fiesta del año es el nacimiento de un dios improbable en el que él no cree. A cambio, es el joven dueño de un supermercado que permanece abierto de lunes a sábado de 9 a 22, domingos de 9 a 13 y de 17 a 22, sin feriados nacionales ni días de guardar.

—¿Por qué viniste, Ale?
—Para conocer mundo –dijo Ale, cuando le pregunté.
—¿Conocés otras partes de China?
—Una vez fui Pekín, con abelo. Vi palacio, y eso de paredes largas… cómo dice…
—La muralla china.
—Sí. Mú rá yá. Mucho año, mil y pico, era de rey. Lindo Pekín, pero ciudad grande. Mi ciudad, chica, entre campo y ciudad. A veces mejor vive campo, otra mejor vive ciudad. Depende carácter.
—¿Y cuando vivías en China qué hacías?
—Primero, secundaria. Después aprende tres años como técnico, y después aprende dibujar dibujo. Y cocinero. Después, mi paisano está acá y yo viene. Pero dos años antes de llegar a Argentina, mi mamá fue Bolivia, a trabajar en negocio de venta de pollo parrilla. Yo tiene 18 año cuando mamá fue Bolivia.
—¿Por qué se fue tu mamá a Bolivia?
—Tiene pariente allá. Allá tiene mucho paisano que dicen que afuera de mi país es lindo, tiene mucha cosa, y yo dije voy a salir para ver, yo también quiere salir de país para conocer mundo. Y ahí me fui, salí a mundo.

Algo azul destella sobre la mesa: el celular. Ale atiende y habla en chino. Después pregunta:

—¿Puede ser basta por hoy? Llama mamá, dice que vino señor que debe plata.

Mientras caminamos de regreso me dice que tiene una hermana menor, que en la China los hijos obedecen a sus padres y los padres a los abuelos y todos obedecen al que tenga más edad. Y que tiene un hijo de dos meses que se llama Sergio.

—No tiene nombre chino, toravía.

Yo ni siquiera sabía que Ale tuviera una mujer.

***

La China es un país desmesurado.

Nueve millones y medio de kilómetros cuadrados, mil trecientos millones de habitantes, dieciocho mil kilómetros de costa, cinco mil cuatrocientas islas y cuatro milenios de civilización que alcanzaron para que brotaran el papel, la imprenta, la brújula, la pólvora, Mao, la Revolución Cultural, Tian’anmen y el tren que llega del aeropuerto de Shangai hasta el centro —treinta y cinco kilómetros— en siete minutos. Cincuenta mil hijos de esa China viven en Buenos Aires donde llegaron en mayor número hace diez años, muchos para abrir supermercados alrededor de los que se tejieron las peores famas: competencia desleal, explotación de los empleados, suciedad.

El supermercado de Ale es luminoso, tiene unos seis metros de ancho por catorce de fondo con los habituales sectores de té y fideos, aceites y conservas, vinos, lácteos, fiambrería, carnicería, productos de limpieza y una verdulería al frente. En este negocio, que era de una de sus primas, Ale empezó atendiendo las cajas registradoras, tomó pedidos por teléfono, acomodó mercadería, y finalmente lo compró. Ahora se prepara para un futuro de esplendor: sabe que es buen negociante.

Es martes, casi de noche, y este hijo de la China está en su negocio floreciente, escribiendo carteles que ofertan galletas a tres por uno.

—Hola, Ale.
—Ah, Leila —se decepciona—. Diculpa, ahora no puede habla, tiene mucho trabajo.
—¿Y no querés que hablemos acá, mientras trabajás?
—Bueno, no hay probrema.

Su única hermana —una muchacha con una margarita azul dibujada en cada uña— mira con sorna desde la caja registradora. En la otra caja hay un primo recién llegado: Xin. Un chico frágil que casi no habla español, con el aspecto de un pájaro lastimado y el pelo como una lluvia de pesadumbre. Parece inanimado, recién salido de una bañera de agua tibia. Le recuerdo a Ale la primera vez que me habló: fue hace cuatro años. Ale atendía la caja, me estaba dando el vuelto, y de pronto dijo en un español de manual:

—¿Ushté toma-rá vá-cá-rá-ció-nés?

En aquel momento le dije que sí, que en abril, pero él no entendió. Sólo le habían enseñado a preguntar.

—Ah, sí, sí. Yo tomaba clase con profesora cateyano. Ahora no puede, no tiene tiempo, trabaja, puro trabaja.
—¿No extrañás la China?
—Cuando primero venir Argentina, sí, extraño China. Ahora, extraño meno. Pero extraño mi abela, mi abelo. A mí me gusta acá. No pone triste que China lejos. Pone triste a veces por pelear con pariente, pelea con papá, mamá, este cosa medio triste. Otro no. Problema de trabajo, pero eso no pone triste. Ahora, hace do mese, vino papá. Técnico elétrico papá, todavía no trabaja porque no sabe idioma.
—¿Tu papá no pudo venir antes?
—No, porque tiene mi abelo enfermo. Año pasado abelo murió y yo no puede volver. Eso feo. Mi abela vive ahora con uno otro tío.
—¿Y vos vas a volver a China?
—Algún día me vuelvo por mi país. Ahora no. Pero mejor vivir acá. Acá persona muy amable. Más educados que campo. Yo en China, vivo en campo. Acá ciudad, gente más educada.
—Pero la gente dice cosas horribles de los chinos acá.
—No sé. Puede ser porque antes vino chino todo de edad grande. Y chino antiguo habla muy fuerte y acá gente habla muy suave, habla muy chiquito. Y alguno paisano no sabe eso, y la gente acá piensa que chino está enojado o trata mal, pero no, es manera hablar. Acá gente cree que chino come cualquiera cosa. Un vez taxista me dice: «Salió en diario que chino come gato».
—¿Y qué hiciste?
—Nada. Dije: «Yo no como gato, pero en todo mundo hay gente epeshial».
—¿Esto era como lo imaginabas?
—No. Es ciudá, y cuando yo viene acá imagina que Argentina era… así, como caballo caminando… este ariba. Cómo se llama este… caballo caminando…
Se pone pálido, aprieta la boca en un coágulo rosa, preso en su idioma, yo en el mío.
—¿Te imaginabas que acá había caballos?
—No, no. Como caballo, como caminando caballo ariba…
—¿Gaucho?
—No, no. Dibuja una línea ondulada.
—Este, camina ariba.
—¿Montañas? —le pregunto, modulando cada sílaba como si Ale en vez de un hombre que cruzó el océano, que maneja un comercio y es padre de una persona pequeña, fuera sordo. O un poco idiota.
—¿Pampa?
—No.

Al fin, el dice: «Verde» y yo grito: «¡Pasto!». Ale imaginaba un país cubierto de pasto: lo que pisan los caballos.

—Esto es más famoso de Argentina: pato. Perdona mi cateyano. Hay cosa que yo sé, pero no sabe cómo se habla. ¿Cómo se llama eto? ¿Oreja?
—No, ceja.
—Ah, ceja. ¿Ve? Si no habla, olvida.

Finalmente Ale dice que ese fin de semana no podremos encontrarnos porque viajará a la ciudad de Rosario, para visitar a la familia de su mujer, Clarita. De modo que hago cuentas: a su aldea, Pekín y Buenos Aires hay que sumar Rosario. Ale, que se fue de China para conocer el mundo, conoce cuatro ciudades del globo.

No entiendo.

Entonces llamo al señor Han.

***

En una de las zonas caras del barrio de Belgrano está la residencia del cónsul chino. Allí funciona la oficina del agregado cultural, el señor Han Mengtang, un hombre que hace diez años vive en distintos países de Sudamérica como funcionario chino.

—Claro, no se entiende porque es diferente, usted lo ve como occidental —me había explicado por teléfono—. En Occidente, aunque no tenga dinero, la gente viaja. En Oriente, la gente primero echa una buena base económica, y entonces viaja. A los cincuenta, cuando ya los hijos están grandes, dejan supermercados y se van de viaje.

En el consulado no hay banderas ni escudos, pero los números del portero eléctrico están en chino, sin traducción. Toco uno cualquiera y alguien dice algo y suena una chicharra. La puerta se abre. Tres segundos —literales— después el señor Han sale del ascensor trajeado, sonriente, y me invita a sentarme en ese hall desangelado.

—Oriente es muy distinto de Occidente. El budismo chino piensa que la vida es un círculo, viene aquí y luego en el futuro tiene otra vida. El occidental piensa en el presente, no en el futuro. Para el chino, en el presente tiene que hacer bien, porque si uno hace maldades en esta vida, en el futuro tiene que pagar. Pasar bien el presente es importante, pero el objetivo es tener mejor vida en el futuro. En Occidente, lo más importante es el individuo. En China el Confusionismo dice: primero Cielo, sigue Tierra, después el Rey, después los padres y los maestros, y el individuo al final. Individuo es lo último.

Transcurrida una exacta media hora, y varias explicaciones después, el señor Han echa una mirada a su reloj, me regala un libro —China 2004— y se despide, todo sonrisas, no sin antes recomendarme que vaya a la China cuanto antes.

***

Es sábado por la tarde y Ale trabaja. El supermercado está vacío y suena música china tradicional. Las latas de porotos y el papel higiénico flotan en ese lamento melifluo y sopranísimo. Cuando hay clientes, Ale pone cumbia.

—Gente no gusta música china. Asusta. Si pone fuerte, entra poco gente.

Se ha despertado de la siesta hace una hora. Hay pocas cosas que le gusten tanto como dormir: se acuesta a las diez y media de la noche y se despierta a las nueve y media de la mañana, pero no sale de su cama hasta mediodía: desde allí atiende a los proveedores por teléfono.

—Acá aire mejor. Porque se llama Buenos Aire. En mi país, no tan bueno el aire, mucho auto. Antes no, antes meno auto. Antes, cuando yo chico, dormía al aire en una silla, y puedo ver estrella a la noche, muy claro. Ahora no. Y Argentina, cuando vino, veía bien estrella. Ahora, poco poco. Cielo me parece más sucio que ante.

Una puerta comunica el supermercado con la vivienda, que está en el primer piso. En esa casa viven él, su mujer y su hijo, su hermana menor, su madre, su padre y tres primos. Ser muchos bajo un mismo techo es gran orgullo para las familias chinas, signo de prosperidad. En China hay calles que se llaman así: Cinco generaciones bajo un mismo techo.

—En China todo mundo vivir junto. Viven papá, mamá, hijos, primos. Acá no, acá parece que si tiene 18 años ya salió de la casa.
—¿Y a vos cómo te gusta más?
—Vivir todo junto. Porque tiene más tiempo para hacer otra cosa. Yo, después de trabajo, muy cansado. Y volver a casa y si mamá hace cocina, no es tan cansado para vos. A mí me gusta esto. Porque mi señora lava, mi mamá cocina, yo trabajo. Pero acá en Argentina todo mundo vive con su señora, su señor.
—¿Y vos no te irías a vivir solo, con tu mujer y tu hijo?
—No, no. Mejor todo mundo junto. Igual en China diferente ahora. En ciudad grande, Shangai, gente más libre, igual que acá: quiere salir de casa y vivir junto con novia, novio. Pero para mí mejor este mejor.

Entonces la madre de Ale, a quien llaman Marta, aparece desde alguna parte, chasquea la lengua, cambia la música y grita: «¡Juaaanshhhiiitooo!», llamando a uno de los tres empleados peruanos que trabajan aquí desde hace años y que se refieren a la señora Marta y su familia como «los chinos». Juan (cito) aparece sin apuro y escucha lo que la señora tiene para decir, que es más bien poco: apenas unos gestos que indican que limpie el piso donde se ha volcado algo. Ale me mira y sonríe. Me explica que ella no grita porque esté enojada sino porque viene de una provincia china donde todo el mundo grita, pero los gritos de la señora Marta son espeluznantes y por primera vez me pregunto si Ale no me está mintiendo.

***

Ni Ale, ni la familia de Ale —ni sus primos ni su hermana, ni su madre— se dejan ver por el barrio. Trabajan casi todo el día y sus salidas son pueblerinas: visitan a otros parientes, van a restaurantes chinos de la zona.

La vida de Ale no tiene sobresaltos, aunque en el invierno de 2003 estuvieron a punto de matarlo. Era noche de martes y estaba con su madre cuando escucharon ruidos en la escalera. Antes de poder asustarse, dos tipos se les tiraron encima. Les pegaron, los amordazaron, los amenazaron con armas y les robaron todo: televisor, plata, ropa. Lo hicieron con saña: rompieron una mesa a golpes, mataron el gato al grito de «chino comegato». Al día siguiente, ni Ale ni su madre aparecieron, pero el supermercado abrió en tiempo y forma. Después de ese episodio sellaron la casa por el frente con una plancha de hierro de color morado.

—Reja, yo no miro, no pienso —dice Ale, mientras recorre las estanterías tomando notas de los productos que faltan—. Yo no tiene miedo. Mamá tiene. Tiempo tiene que pasar. Hasta que mamá olvida.

De pronto su hermana se acerca, dice algo, me lanza una mirada torcida y vuelve a la caja.

—Perdón —dice Ale— mejor cambia horario, ahora mucho trabajo.

Miro alrededor: el supermercado está vacío.

Entiendo que, cuando esto termine, Ale volverá a ser el hombre que me vende la comida. Que está esperando con ansias el momento en que eso suceda.

***

—Dame mi bolsa, chino de mierda, dame mi bolsa, la puta que te parió.

El tipo está borracho y muy explícito. Son las tres de la tarde, y bajo esa camisa floreada puede haber cualquier cosa: un arma, o nada. Estoy acurrucada entre los canastos de plástico rojo con el logo de Coca-Cola. Mi grabador rueda y Ale mira al fulano, impasible.

—Te dejé acá una bolsa con mercadería antes de entrar a tu supermercado, chino de mierda, dame la bolsa.

El tipo tiene olor agrio. Cebolla, sudor, cigarros. Grita. No hay bolsa. El tipo lo sabe, yo lo sé, hasta los guardias de seguridad del supermercado —dos rusos que no hablan una palabra de español— lo saben. Pero nadie hace nada. El tipo huele como huelen las peores cosas. Ale tiene cara de haber visto esto muchas veces.

—¿Qué borsa, amigo?–le pregunta.
—La bolsa, hijo de puta, la bolsa que te dejé acá llena de mercadería, no me vas a estafar, chino de mierda.
—No dejó borsa, amigo.

Todo el supermercado está quieto, mirando al tipo y a Ale, que lo mira impávido. No ha interrumpido lo que estaba haciendo: pasando la tarjeta de débito de una clienta por la máquina correspondiente.

—La bolsa que te dejé antes de entrar, llena de mercadería, chino poronga.
—Qué borsa, amigo. No dejó borsa.

El ruso de seguridad se acerca por detrás y el hombre se harta. Se va. La clienta guarda su tarjeta y sale del supermercado: corriendo.

—¿No te da miedo que pueda pasar algo?
—No. No hay problema. Tiene policía, tiene guardia.
—¿Y tu mujer qué dice?
—Mi mujer no tiene miedo, pero queja mucho, porque yo no tiene tiempo para ella.

Me pregunto qué será de mí —de nosotros— después de esto: después de esta intromisión en la vida del hombre que me alimenta.

***

Un periodista argentino que vive en Brasil y estudia chino me envía un mail con curiosidades varias: “Algunas monedas chinas son redondas por fuera y tienen un cuadrado hueco por dentro. Esto es un principio taoista: ser rígido en lo moral, y flexible, redondo —sin puntas— para recibir lo que viene de afuera”. En el mismo mail me explica cómo decir “amigo chino”. Repito la frase hasta aprenderla. Es fin de semana y corro al supermercado. Veo a Ale lidiando con unas cajas. Lo llamo. Se da vuelta y dice, hastiado: «Ah, Leila». Yo digo algo que suena así:

—Chúnguo panguió.

Me mira desconcertado. Probablemente, he dicho una barbaridad. Hay idiomas así, en los que la entonación transforma un saludo en insulto, y por lo que sé el chino es uno de ellos: el sonido i, por ejemplo, quiere decir uno o varios cientos, dependiendo del tono y la intención.

—¿Cómo? –dice Ale, acercándose, y me apuro a explicarle que quise decir “amigo chino” en chino. Se diga como se diga.

Ale toma un papel, un lápiz, y dice: «no, no chúnguo».

—Escribe así: Zhong Guo Peng You.

Nos reímos. Después, porque le toca apilar cajas, le pregunto si no se aburre.

—¿Te aburrís?
—¿Qué é eso?

Intento explicarle, pero lo hago mal, y desde aquel día Ale cree que aburrirse es estar apurado. Ahora, cada vez que lo llamo por teléfono y tiene mucho trabajo, me dice: «Ahora no, diculpa, aburido, aburido».

***

Clarita es dos años mayor que Ale.

Se casaron hace un año, y ella lo cela con ahínco, con dedicación. Desaprueba hondamente nuestros encuentros, aunque suceden a la vista de todos, entre desodorantes, pasta dental y cebollas. Clarita es china y vivía en Rosario hasta que conoció a Ale y se casaron en una ceremonia rara: Ale dice que fue en un restaurante.

A fines de 2004 Clarita parió a Sergio, el primogénito y, como después del parto las mujeres chinas permanecen un mes en cama recuperando energías, ella era, para mí, una incógnita. Hasta que un día la puerta que comunica el supermercado con la casa se abrió, y un aroma a menta y leche cuajada expulsó a una mujer suave como un fantasma con un bebé en los brazos. Usaba un pijama, una conjunto de blusa cerrada hasta el cuello y babuchas atadas debajo de la rodilla: ropa de nena. No me miró; fue directo hasta donde estaba su cuñada. El bebé, en sus brazos, crujía como una rama de chocolate pálido, con el pelo disparado hacia el techo con la ferocidad involuntaria de las ramas de los árboles. Se dijeron algo al oído, Clarita se volvió, me miró, después atravesó la puerta que lleva hasta su casa y se desvaneció. Escuché el gemido del bebé —el hijo del hombre chino— y el olor a menta y leche desapareció con él.

Supe que tenía que irme. Supe, también, que a Ale y a mí nos quedaba poco tiempo.

***

—Pase, pase, asienta toma por favor.

El señor Xu Ao Feng, de 55 años, es chino, vino de Shangai a los 34 y es presidente de la Fundación de Ciencias y Cultura China, donde desde 1991 se enseña feng shui, Tai Chi Chuan, acupuntura, medicina china e idioma chino. El señor Feng tiene una forma de hablar admirable para un profesor de idiomas: enredada.

—Oriente y Occidente son cultura muy diferentes que van por caminar muy diferentes, y muy dificil de integlar. Entonces con tanto mil año de historia cada Occidente, cada Oriente, todo con su camina caminando, todo tiene resultado. Su amigo chino tiene una mente difelente. Por ejemplo, la lógicamente de un chino muy difelente. Occidente le gusta ciencia. Siempre las cosas tiene números: usted va a médico, manda examen, y dice cuánto tiene de esto, cuánto tiene de otro. Chino no. Chino trabaja energía, meridiano de cuerpo. Occidental pregunta: «¿Energía? Eso no existe». Jajaja. Jajaja.

Pero eso existe. Su amigo chino viene de plovincia que hay mucha gente y ese plovincia tiene histolia que le gusta vivir afuera. No solo en Argentina, en todo mundo hay gente de Fujian. Es gente que trabaja en mar, en barco, entonces más posibilidad para irse a correr el mundo.

—Pero, señor Feng, cruzar el planeta en avión y establecerse en otro lugar no es conocer mundo.
—Ah, sí, jaja. Jaja. Cierto. No conoce. Jajaja. Jajaja. Pero si usted va afuera y ve algo mejor que su tierra, se queda afuera, ¿no? Su amigo viene por eso, porque acá mejor que su tierra, ¿viste? Y ese provincia Fujian son muy trabajadores, son de campo, entonces trabaja mucho. Eso por un lado bueno, y por otro lado no tanto. Porque nadie puede competir, ellos son muy forte y nadie puede competir. Negocio de ellos se tiene más horas abierto. Por cuatro botellas de agua ya van y lleva a domicilio. ¿Qué negocio puede así? Ellos pueden. La cosas tienen lado bueno y malo. Para otro supermercado, sentir mal, porque no puede competencia. Por otro lado, muy bueno servicio para pueblo argentino. Las cosas no es perfeto. Ello ponen supermercado porque paisano de ello tiene supermercado. Y ello no sabe idioma. Idioma importante. Usted sabe idioma, sabe mucho de cultura. Por ejemplo, argentino habla con mucho verbo. Habla muy largo. Chino habla corto. Chino no dice: «hoy hablo», «mañana voy hablar». No. Chino dice: «hoy hablar, ayer hablar, mañana hablar». No hay tiempo, no hay persona. Pero muy complicado ser chino, porque tiene que saber dos cultura: Oriente y Occidente.

Después el señor Feng me lleva a visitar su enorme y silente salón de té. Le pregunto por qué a los chinos les gusta tanto el karaoke (Ale adora el karaoke) y me dice:

—¿Y usted no le gusta baile? Lo mimo.

Me despide en la escalera, divertido, como si estuviera guardándose el mejor de los secretos.

***

Ale tiene 25 años. Su cuerpo es fibroso, pálido, como de harina y luna, y tiene olor a almizcle. El pelo negro, los labios apretados —rosas—, las uñas largas que le dan a sus manos un aspecto anfibio. Los dedos ahusados, la piel delicada. No tiene cicatrices. Usa lentes y cuando no entiende algo mira sobre los vidrios, alzando la cabeza, y pregunta: «¿Cómo dice?». Es muy alto y camina rápido, con un gesto entre alerta y divertido.

La última vez que hablé con él era martes. Estaba en su mostrador, detrás de los canastos de plástico, y susurró que había ido al médico por un resfrío.

—Médico chino, bario chino. Médico acá no gusta. Muy fuerte.

En el barrio chino de Belgrano, en Buenos Aires, hay médicos chinos y supermercados que venden todo lo que los chinos no venden en sus supermercados para occidentales porque nadie lo compraría: fideos de veinte grosores distintos, anguilas vivas, pescado seco.

—Acá Argentina comida menos variada. En China tiene mercado. Acá no tiene mercado. Sólo tiene súper-mercado. Mercado mejor, más fresco, más variedá. A mí me gusta trabajo súper-mercado. Sale bien. Quiero ser mayorista.
—¿Y después?
—Y después no sabe. Cuando soy más grande, 50, 60 años, entonces me voy de viaje. O que mi hijo me cuiden bien, no sé cuál de las dos mejor. Quiero ir a Japón, Corea. Pero ahora no puede salir, porque mamá no sabe idioma y papá tampoco, y no sabe hacer negocio. Si yo me voy, mamá tiene que cerrar negocio porque no sabe maneja. Y ahora tengo mujer, hijo.
—¿En tu infancia querías viajar?
—¿Qué es infancia?
—Cuando sos chico. Primero viene la infancia hasta los 12 años más o menos, después una cosa que se llama adolescencia, hasta los 17 o 18, y después sos adulto. Algo así.
—Ah, sí. Infancia. Sí. Mucho amigo chiquito. Juntábamo y cantábamo canción. Yo infancia campo, cerca de río, abelo, abela. Mucho juega.
—Tenés buenos recuerdos.
—¿Qué es recuerdo?
—Una imagen que te queda… guardada. En la memoria.
—¿Cómo buen día, buenas noches?
—No. Por ejemplo cuando me contás «Cuando yo era chico, estaba con mis amigos y fuimos al río…».
—Ah, sí, sí, eso, recuerdo: tengo guardado mi abelo que me llevó a Pekín y día que vimos palacio grande. Tengo guardado a mi abela. Tengo guardado una vez que salí para mi cumpleaños con amigos a la playa, y quedamos ahí, charlando, cantando.
—Un buen recuerdo.
—Sí. Muy buen guardado. Bueno. Diculpa. Tengo que trabajar.
Ale se perdió entre las góndolas. Su madre y su hermana hicieron una reverencia respetuosa, seca, pura dignidad.
Después llamé al señor Han.

***

El señor Han me atendió por teléfono, enérgico y amable. Hablamos sobre historia china, sobre la guerra del opio, sobre Mao, y de pronto me dijo que la provincia de Fujian formaba parte de la vía marítima de la ruta de la Seda. Que en la región de la que vino Ale estaban los puertos de esa ruta que comunicaba la China con Europa, transitada por aventureros y comerciantes desde el siglo III antes de Cristo hasta el siglo XVI después del ídem, y que Ale era hijo de ese pueblo de inquietos, de personas con marcada tendencia a la aventura.

—El viaje forma parte de la vida de esa gente —dijo el señor Han— porque están separados del resto de la China por cadenas montañosas, y en cambio tienen el mar, y salir a negociar por el mar es fácil. Esa gente siempre se va.

Me despidió amable y volvió a rogarme que fuera a la China, pronto.

Colgué el teléfono. Por un momento Ale dejó de parecerme un padre de familia preocupado por la subsistencia de su mujer y de su hijo —de su hermana y de sus primos— y fue un bucanero loco, alguien esperando pacientemente la oportunidad para aferrarse a la cintura blanca de su Clarita y llevarla, ahora sí, a ver el mundo.

Me asomé al balcón. El cartel del supermercado latía como una inmensa branquia. Los tomates titilaban como linternas rojas y Ale —inmerso en su mundo de tres ciudades— volvía a ser, como siempre, un desconocido. El hombre que me vende la comida.

Second Attempt Crossing, poem by Javier Zamora

For Chino

In the middle of that desert that didn’t look like sand
and sand only,
in the middle of those acacias, whiptails, and coyotes, someone yelled
“¡La Migra!” and everyone ran.
In that dried creek where 40 of us slept, we turned to each other
and you flew from my side in the dirt.

Black-throated sparrows and dawn
hitting the tops of mesquites,
beautifully. Against the herd of legs,

you sprinted back toward me,
I jumped on your shoulders,
and we ran from the white trucks. It was then the gun
ready to press its index.

I said, “freeze, Chino, ¡pará por favor!”

So I wouldn’t touch their legs that kicked you,
you pushed me under your chest,
and I’ve never thanked you.

Beautiful Chino — 

the only name I know to call you by — 
farewell your tattooed chest:
the M, the S, the 13. Farewell
the phone number you gave me
when you went east to Virginia,
and I went west to San Francisco.

You called twice a month,
then your cousin said the gang you ran from
in San Salvador
found you in Alexandria. Farewell
your brown arms that shielded me then,
that shield me now, from La Migra.

I Tried to Be a Good Mexican Son, poem by José Olivarez translated from English by Arelis Uribe

I Tried to Be a Good Mexican Son

i even went to college. but i studied African American studies which is not
The Law or The Medicine or The Business. my mom still loved me.
so i invented her sadness & asked her to hold it like a bouquet of fake flowers.
she laughed through it all. i didn’t understand. wasn’t immigration a burden?
what about the life you left, i ask my mom. she planted flowers
only house on the block with flowers. foreclosure came like a cold wind.
it took her flowers. but that was a season. new house, bigger garden.
mijo, go get some tomates from the yard, is something my mom really says.
i tried to be a good Mexican son. went to a good college & learned depression
isn’t just for white people. i tried to be a good Mexican son, but not that hard.
sometimes, my mom’s texts get dusty before i answer. even worse, i never share
the Jesus Christ memes she sends me on Facebook. if there is hell,
i’m going express. i hope they have wifi. i hope i remember to share
my mom’s Jesus Christ memes. maybe god believes in second chances.
but i doubt it. i tried to be a good Mexican son. i came home for the holidays
still a disapointment. no million-dolar job or grandkids.
Spanish deteriorating. English getting more vulgar.
i tried to be a good Mexican son, but i kept fucking
it up. my mom still loved me. even when i couldn’t understand her blessings.
she makes me kiss her on the cheek before i leave the house. she tells me
to quiet down when she’s watching her novelas. she asks me if i’m okay.
she tells me i'm getting so skinny & i need to eat more frijoles. she has
the pot ready. i try to be a good Mexican son, but all i know how to do
is sit down for a good second & leave before a bad one.


Intenté ser un buen hijo mexicano

incluso fui a la universidad. pero estudié African American Studies que no es
La Ley o La Medicina o Los Negocios. mi mamá me amó igual.
entonces le inventé tristeza & le pedí sostenerla como un racimo de flores plásticas.
se rió todo el tiempo. yo no entendí. ¿no era la migración una carga?
qué con la vida que dejaste, le pregunto a mi mamá. ella plantó flores
la única casa de la cuadra con flores. el embargo vino como un viento helado.
se llevó sus flores. pero fue una temporada. casa nueva, jardín más grande.
mijo, go get some tomates from the yard es algo que mi mamá de verdad dice.
intenté ser un buen hijo mexicano. fui a una buena universidad & aprendí que depresión no es algo que sufran solo los blancos. intenté ser un buen hijo mexicano, pero no demasiado. a veces, los mensajes de mi mamá
se llenan de polvo antes de que responda. peor, nunca comparto
los memes de Jesús que me envía por Facebook. si hay infierno,
voy express. ojalá tengan wifi. ojalá me acuerde de compartir
los memes de Jesús de mi mamá. quizá dios cree en las segundas oportunidades.
pero lo dudo. intenté ser un buen hijo mexicano. fui de visita para las fiestas
todavía una decepción. ni trabajo del millón de dólares ni nietitos.
español deteriorándose. inglés cada vez más vulgar.
intenté ser un buen hijo mexicano, pero sigo cagándola.
mi mamá me quiso igual. incluso cuando no pude entender sus bendiciones.
me hace besar su mejilla antes de irme de casa. me dice
que baje la voz mientras ve su telenovela. me pregunta si estoy bien.
me dice que estoy muy flaquito & que necesito comer más frijoles. tiene
la olla lista. intento ser un buen hijo mexicano, pero lo único que sé hacer
es sentarme por un buen momento & partir antes de un mal rato.

"Warriache," by Daniela Catrileo, translated from Spanish by Jacob Edelstein

Santiago, San Bernardo, and back to Santiago, that's the trip. I open my eyes and listen: the music, at least, keeps me from running away. I'm crossing the city from one end to the other to celebrate my friend Yajaira's thirtieth birthday. She's my best friend, or at least the one I've known the longest. Neither one of us now lives where we were born, but every so often we go back to pick up pieces of what we abandoned, and visit family while we're there. We reappear to let each another know how the years have been treating us, now that we aren't isolated little girls at the poor Catholic school where we met.

I show up late, as always. I'm a little embarrassed. Her party is a kind of intimate dinner, at least that's what she tells me on the phone. How very her, I think. The house is just like the ones next to it, save for the shape of its fence bars. The colors don't vary much: blandness that feels distinctly middle class. I feel like this condo could be in any part of Chile, housing people who believe themselves to be of that class. I'm not sure when they began to spring up in this graveyard. When I left, we were still girls raised in projects, semidetached but disparate houses, handmade extensions and multicourts without nets. When I left, there were still hills and vineyards where we could camouflage ourselves, get drunk in peace, and lay out on our backs under the sun.

Through the window, I see the guests and don't recognize anyone except for Yajaira's parents, who look older. I feel strange. Just seeing them makes me realize how much time has passed since we lived in this place we put so much effort into hating. I'd like to skip the introductions. Maybe if I'd gotten here earlier, I wouldn't have to make an entrance in front of everyone. It doesn't matter; I head into the house. There's a knot in my stomach and I'm trying to play it cool. It's not that I feel obligated to be here, I'd just rather it was like the parties when we were teenagers, where everything was so dark you didn't have to introduce yourself. [End Page 344]

The first to greet me is Yajaira's mother, María. She hasn't changed. She says a ton of superficial, insufferable things. I've never liked her very much, probably because I know Yajaira so well. She's one of those people you respect only because someone you love respects them. Though that doesn't mean you should. I admit it's hard for me. I was there for the neglect, the separations, the screaming. Those days are etched into my memory. I'm not someone who forgets easily. Still, I can admire her strength from a distance; it's what allows her to stay here. We all drag along more ghosts than even she imagines: knots that not only entangle our hearts, but bind our tongues forever. That's why, in front of her, I prefer to stay silent.

I try to seem normal. María informs me that she no longer lives in the projects, but rather, she lives in a condo now. She speaks in a derogatory tone that I know and abhor. On the outside, I nod with a smile. Inside, I repeat, like a mantra, that she is my best friend's mother, that she has never not been this, that she will never change. Behave, I tell myself. If I keep smiling silently, she won't ask so many questions or realize I came alone. As she continues with her monologue of success, she offers me heaps of canapés. I awkwardly avoid making eye contact. Little by little, her figure begins to blur. It must be a defense mechanism. I can't clearly see her mouth moving anymore. I rub my eyes, but they've already gone...

jueves, 23 de junio de 2022

Kindly English grammar reminders (and other notes)

If I were rich...<-- I am not rich, but I imagining what I would do if I were.
"I were" is called the subjunctive mood, and is used when you're are talking about something that isn't true or when you wish something was true.
If she was feeling sick...<-- It is possible or probable that she was feeling sick.
"I was" is for things that could have happened in the past or now.

"That said" is an appropriate truncation of "that having been said", which is correct in that the clause refers back to what was just stated in the prior sentence. "That being said" is incorrect since the prior sentence is in the past, and "being said" implies simultaneity.

back and forth. Also, backward(s) and forward(s). To and fro, moving in one direction and then the opposite and so making no progress in either. For example, The clock pendulum swung back and forth. The term is also used figuratively, as in The lawyers argued the point backwards and forwards for an entire week.

In the context of abortion care, conscientious objection is when a health care worker or institution refuses to administer abortion services or information on the grounds of conscience or religious belief. When conscientious objection is not regulated, it can significantly undermine access to abortion services.

We also use help with an object and an infinitive with or without to:
Jack is helping me to tidy my CDs. or Jack is helping me tidy my CDs.
I am writing to thank you for helping us find the right hotel for our holiday. or I am writing to thank you for helping us to find the right hotel for our holiday.
Warning:
We don’t use help with an -ing form:
I am trying to help him look for a new bike.
Not: I am trying to help him looking …

A demonym (/ˈdɛmənɪm/; from Ancient Greek δῆμος (dêmos) 'people, tribe', and ὄνυμα (ónuma) 'name') or gentilic (from Latin gentilis 'of a clan, or gens')[1] is a word that identifies a group of people (inhabitants, residents, natives) in relation to a particular place.

A pub crawl (sometimes called a bar tour, bar crawl or bar-hopping) is the act of visiting multiple pubs or bars in a single session.

never been to a wedding, did some emails, im writing to you, What difference does that make?, candid shot, what's the weather like today, can you see so well, five seconds of moment of silence, proud in you, marshalling, capital E for extrovert
one another, ubuntu: I am because you are, I walk to work, I go to work on foot, Where do they do the potty?, How many relationships have you been in?; Yeah, I mean on my remaining days; I don't think it showed, whose panties are those? do it for you, don't do it for anybody else, Don't microdose on love, don't put dirty diapers in here, i got a haircut; when the snow blankets the city, what do we call mom in Spanish? what does she call dad in Spanish?

Is ain't a word? Absolutely. Ain't is a perfectly valid word, but today, ain't is considered nonstandard. At worst, it gets stigmatized for being “ignorant” or “low-class.” At best, it's considered a no-no in formal writing.

the negative aspect of something otherwise regarded as good or desirable.
"he says being a rock star is a fun line of work when you're young, but admits fame can have its downsides.

A hyphen (-) is a punctuation mark that's used to join words or parts of words. It's not interchangeable with other types of dashes. A dash is longer than a hyphen and is commonly used to indicate a range or a pause. The most common types of dashes are the en dash (–) and the em dash (—).

When used as a verb, 'approach' takes no preposition. He approached me.

Knit and knitted are both conjugation of the same verb: knit is the present and future tense form, and knitted is the past tense form.

to start off: phrasal verb of start, begin to travel or move. "we started off on our journey" begin to operate or do something or to happen. "treatment should start off with attention to diet".

When it comes to dates, you can use in or on depending on the context. If referring to years, months, centuries or long periods, use in. However, when referring to dates or days, use on.

Senior Member. You can use them both at once: "I'm thankful to you for your help." "For" is used in reference to what you have been given or what has been done for you. "To" is used in reference to the person who gave or did that thing for you.

If you are referring to the content of the book then it is, "IN THE BOOK”. If you are referring to particular page then it is “ON THE BOOK".

Whom should be used to refer to the object of a verb or preposition. When in doubt, try this simple trick: If you can replace the word with “he”’ or “’she,” use who. If you can replace it with “him” or “her,” use whom.

she married my mad, she was married to my dad, I'm getting married to, she divorced my dad

To dwell in a home is to live in it. To dwell on something — usually something bad, like a failed romance or terrible service in a restaurant — is to think or speak about it at great length.

HEYO is a slang term which means "Hey You." It is used as a greeting, similar to "Hi" or "Hello." "Hey You" is also abbreviated as AYO, EYO, and HEYY. HEYO stands for Hello.

I wanna try this poem out. The south is the farthest I know. Evens you out. Does anyone know...? Messages to myself. Up and ready. She keeps bailing. Peacekeeper. She goes hard. May I ask you a question? Would you be so kind and leave me alone?

María: Despite the age, late at night, heat the food up, they're movers.

Lovely words and expressions: bedmate, I love being gay, I insist on paying, I straighten my hair, this is communal, every angle sees well, urband legend, no question mark, we are the voices of the women who don't have one anymore, there are four of us in my family ("the ten"),

Open to all vs open for all. A complete search of the internet has found these results: open to all is the most popular phrase on the web. "I'm open for" essentially means I'm available for. "I'm open to" means that I'm receptive to.

Shade can refer to any dark area in which sunlight or other bright light is blocked. Shadow refers to the dark shape that appears on a surface when an object blocks sunlight or other light.

Touch base is an idiom often seen in business contexts meaning to make contact or reconnect with someone briefly, as in "let's touch base next week." The phrase is thought to have some relation to baseball where both runner and fielders have to "touch base" in order to be safe or record an out.

Living in the present moment means letting go of the past and not waiting for the future.

Notes on "Mija," the movie:
Huge thanks, elements, welcome up!, this is very surreal, full circle moment, I time traveled this moment, I wanna thank to, I wanna thank you, incredible amount of courage, go tell your friends, my music became my sanctuary, the way we always wanted to, meltdown, I got burned, What are you thankful for, hyper aware, if you get emo, What else am I not informed of?, hiccup, reasons below, we wanted different things, change hurts, growing pains, What's next for you?, I'm so embarrassed, I just wanna disappear, I need to figure out what my next move is, drop by, to honor their sacrifices, he mentioned to me, this is good news, I don't want to interrupt but, your shirt is cute, palm trees, you started off with nothing, am I allowed?, I have so much work to do right now, I'm forever grateful, anything is possible.


I'm collecting down all the info I get when googling solutions to my grammar issues.

BOOK LAUNCH: Quiltras (reading and discussion of Arelis Uribe's Latin American fiction debut)

"Quiltro" is the Chilean slang word to name stray, mixed-breed dogs. Arelis Uribe uses the expression as a metaphor to shape tender female characters that wander in lower-class landscapes, and have nothing to lose but their rebelliousness.

Uribe's debut in fiction has been highly praised in every country is has landed in, including Mexico, Spain, and France. It was listed "one of the best Latin American books of the year" by The New York Times, and has been translated into English by Allison Braden.

Thus, the cultural and community incubator The People's Forum is pleased to host a bilingual reading and discussion of "Quiltras". Uribe will be seconded by New York City writer and educator JP Infante, and Mexican writer and translator Mayte López.

Copio esta info acá para no olvidarla, y porque es la primera vez que escribo tres párrafos en inglés sin que me hagan ninguna correción gramatical *proud*